miércoles, 26 de agosto de 2015

Estudiantinas



Señalo un filósofo que ser estudiante es un proceso de la vida en la que todos disfrutan la alegría de la juventud y la pedantería de las definiciones.
En realidad un buen estudiante es quien cree que lo sabe todo, nos atiborra con sus conocimientos y de eso hace alarde entre los estudiantes menos aventajados, pero a quienes en el fondo envidia porque tienen la ventaja de tener novia.
Como hoy en Cuba toda familia tiene un médico y mas de un licenciado eso nos sirve para tener siempre a mano en el barrio una receta para la acidez estomacal, una inscripción de nacimiento o nos arreglen la plomería del baño.
Supongo que hay estudiantes que no estudian por falta de tiempo debido a que se dedicaron a llenar las paredes de las escuelas de pintografías, “Nando y Yuli se aman”, “Olgui y Julito, amor para siempre”. En definitiva, a los dos años Nando no sabe quien es Yuli y aquellos amores eternos duran un curso escolar, cosa que es mas que suficiente para ponchar un par de asignaturas. Amor estudiantil que siempre creemos serio pero que termina con letreros impublicables dibujados en las paredes de los baños.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Ponla al medio que te la voy a paltil … a paltil...........



En numerosas oportunidades la prensa se ha hecho eco de una igual preocupación sobre la influencia que parece estar ejerciendo el cambio climático en el cerebro de algunos “iluminados” de la curtura nacional.
No existe otra explicación si descontamos que desde las primicias de la campaña de alfabetización y nuestros 50 y tantos años de ilustración diseminada por el mundo a la altura de país paradigma de adelanto, se llegue al punto de que perdamos la comunicación entre unos y otros y ese proceso social involuciona para peor.

martes, 4 de agosto de 2015

Papeles son papeles


Busco algo y me encuentro con parte de mi pasado, un pasado lindo, de ese que me gusta recordar y comparto, máxime a estas alturas en que las comunicaciones han dado un vuelco entonces impensado y que me ha hecho comparar lo real maravilloso de este mundo. Corría el año 1967 y yo con mis cortos trece años tuve que separarme —como el resto de la familia— por un tiempito (como decimos por aquí), aunque no muy largo, de mi padre. Él por cuestiones de trabajo fue a La Habana y desde ese hotel que tanto le gustaba y nos gustaba, el Nacional, escribía y recibía la correspondencia que luego guardó con celo y hoy cuido.
Aquellas cartas, demoradas a veces, perdidas otras, pero siempre con un embrujo especial a su llegada, las abría con ansiedad, esas y otras de mi tía Llilla, primero de La Habana, luego de un poco más lejos —España—, pero todas con un lenguaje sincero y de infinito amor.