miércoles, 29 de junio de 2016

Un memorial para Las Tres Banderas



Las Tres Banderas ya no existe. Se desplomó con todos sus inframundos de ecos y sombras varados en aquella desesperanza burladora de la repetida historia de que a lo mejor para el año que viene....
 A Las Tres Banderas se entraba como quien llegaba a la ultima estación de la vida. Los perdedores y los desamparados. Para quienes no existía un mas allá cualquiera que fuera el vendaval de miseria que les tocara enfrentar. En ese puerto oscuro se subía por una estrecha, oscura y maloliente escalera que conducía recto a un infierno de miserias y hambre compartida, marisma donde muchos fondearon para siempre mientras que a otros los disperso la vida sabe dios hacia que calle,que presidio o que tumba.

miércoles, 22 de junio de 2016

¿ Es acaso la calle, el monstruo moderno ?



Hace muy poco en mis andanzas por bibliotecas, al voltear páginas de viejos diarios encontré un articulo titulado La calle, el monstruo moderno, redactado hace mas de medio siglo por un conocido periodista de la época. Nada extraño si se tiene en cuenta que en días como hoy otros colegas abordan a su forma y manera el igual tema citadino.
De una a otra época y saltando distancias muchos pasajes resultan tan actuales como el pan nuestro de cada día, de allí que sobre las mismas calles, aceras y esquinas, y a pesar de todo, hoy somos iguales, pero diferentes. 

martes, 14 de junio de 2016

Papeles de vacaciones La Caridad del Cerro



La primera aventura en la que me vi involucrado fue con una expedición a La Caridad del Cerro, esa colina casi inadvertida para nuestra ciudad que está al fondo del reparto Florat, al otro lado del río Tinima.
En realidad el Cerro no es parte del Himalaya, pero para la época a nosotros, los muchachos del barrio de La Vigía, nos lo parecía. El lometón, apenas 30 metros de altura e inmediato al río Tínima por entonces se encontraba cubierto por un frondoso bosque de árboles frutales de todos los tipos y olores. A pesar de que el paisaje nos era muy atractivo no había remedio, pues para disfrutar de esa parte del río, mangos, anoncillos y marañones había que pagar cinco centavos a la entrada de la quinta que siempre estaba bien guardada.
Finalmente una vez, con la llegada de las vacaciones, a alguno de nosotros se nos ocurrió una ideal genial; ¿Bueno, y por qué no entramos y exploramos la loma?. Así fue como decidimos la primera aventura.