Por
años
creí que ya había quedado muy detrás en la historia aquel mundillo
de excelsos personajes (no personalidades) y destacados funcionarios
que tanto dieron quehacer en páginas de periódicos y revistas de
cuando la República era una fiesta. Creí también
que aquellas páginas habían pasado
al mundo del nunca jamás.
La
prensa de la aquella época gustaba escribir con galanura
satisfaciendo el ego de quien le tiraba la mejor migaja, cubriendo de
crónicas sociales páginas donde aparecían probos caballeros,
pundonorosos oficiales y bondadosas matronas,
en una hipócrita galería que marcó un periodo donde la prensa
enfrentaba calamidades y represión, no por gusto cierto político de
la medianía del 1940 sentencio en una ocasión que “a la prensa se
le paga o se le pega”, directa definición sobre el tratamiento que se
debía dar a los periodistas.