Diversa
en forma y estilo el San Juan aglutina las alegrías y el color de
cada barrio y planta en ellos su bandera. No por gusto las mejores
tradiciones de esas fiestas tienen el sabor característico de los
indios de las Cinco Esquinas, Matadero, Bedoya, Palma, Florat, Santa
Ana, La Caridad y hasta el parque de los chivos junto a una larga
lista multiplicada por todas nuestras calles, zaguanes y plazoletas
en la voz retumbante de La Farola o Las Estrellas, o aquel estribillo
histórico de “Somos
Los Comandos, lo que sea ...que venimos arrollando, lo que sea...”.
Desde
el siglo XVI el San Juan según crónicas sentó plaza entre nosotros
y desde entonces de uno a otro siglo creció con la ciudad y
caracterizó cada época. Las ferias ganaderas se sumaron a los
ajiacos colectivos, la “olla” en la esquina para que cada cual
echara los centavos que pudiera, los mono viejo de látigo y
cascabel, el paseo y las comparsas, San Pedro y sus lloronas. Todo
eso se cocinó en un caldero de identidad tan lugareño como sus
leyendas.
Por
años el camagüeyano espera y disfruta de un San Juan al que se
niega a identificar como carnaval y mucho menos como parranda. El San
Juan es San Juan por hecho y derecho. Réstele a Camagüey esa
fiesta estival y verá como a la ciudad le falta un pedazo de
corazón.
A
lo largo de la historia tuvimos años buenos y malos, peores o
regulares pero en todos desde el amanecer de mayo – abril se
iniciaban los preparativos en cada barrio. Ese solo arranque sirve de
motor impulsor para motivar bailables, ferias, adornos de calles,
ensayos de comparsas, repique de congas, colección de estrellas y
luceros. La fiebre era tal que apenas despuntaba el 24 ya sabes;
“suelta
la muletas y el bastón … y podrás bailar el son”.
Durante
las años de 1960 y 1970 el San Juan tuvo, como en la música, su
“década prodigiosa”. Ya para los 80 falsos conceptos de
modernidad y extremismos de la época comenzaron a introducir
criterios nada compatible con lo conocido. El periodo de 1990
hizo las cosas más difíciles, aunque el San Juan no dejó de
celebrarse gracias a los esfuerzos del Gobierno local y las
organizaciones populares.
Se
suplantaron tradiciones. (o se idearon), aparecieron iniciativas
invasoras que nada tenían que ver con la tradición, impuestas unas
veces por ignorancia y otras por caprichos populistas. El San Juan se
prostituyó a través de cosas tan ajenas como rincones, cabarets de
diferente$$$ niveles, calles cerradas y “trochas”, sin tener en
cuenta población y particularidades. Desde entonces en estas fiestas
las ganancias comenzaron a contabilizarse no como satisfacción
espiritual, sino como lo que se aporta a la caja. El signo de pesos
sustituyó a las serpentinas y descubrimos que detrás de cada área
de fiesta se multiplican los negocios.
En
los inicios especialistas técnicos de toda la vida cultural,
intelectual e histórica intervenían en la organización del San
Juan junto a las representaciones de cada barrio en una especie de
forun colegiado. La divulgación y la promoción, tema tan delicado
como discutido, era armado por un equipo a cargo de programar y
proyectar los festejos desde la comunidad a la ciudad y desde allí a
la nación.
Desapareció
el concurso popular para el diseño de afiches donde participaban
decenas de diseñadores y artistas de la plástica aficionados o no,
que daban motivación y sabor al pre San Juan con presencia y gustos
variados, aspecto ahora sin participación.
El
festejo camagüeyano merece reforzarse en todo su contenido y
proyección artística, enaltecer su calidad y organización, y lo
más importante, respetar sus esencias históricas. - culturales.
Debemos fortalecer el papel de la critica en los escenarios y
contextos adecuados para cerrar brechas a la chabacanería, el mal
gusto, la banalidad y la vulgaridad.
Es
responsabilidad del gobierno mantener estos festejos por constituir
un paradigma cultural no solo de la provincia, sino del país.
Con
cada año es cotidiano que la Comisión Organizadora del San Juan
naufrague en largos debates no tanto por falta de recursos sino por
ausencia de conocimientos del tema en cuestión. El San Juan no puede
improvisarse en un par de meses ni los funcionarios a cargo pueden
ser juez y parte, algo siempre difícil de equilibrar cuando lo
acertado es crear un grupo de trabajo permanente e independiente
dedicado todo el año a esa tarea, dejando a las autoridades las
reales funciones de chequear, controlar y supervisar.
Como
el San Juan es la más importante fiesta popular el lugareño no la
rechaza, pero se coloca en guardia ante las indisciplinas que se
suceden y las chapucerías que se hacen. Cada vez hay menos calles
donde la población sume adornos y música al programa. Con cada año
hay que lidiar con vecinos que se oponen a que su comunidad se
convierta en un área de festejos. Ese es un tema pendiente de
estudio porque en ello deben existir razones a tener en cuenta. Falta
el diálogo y la reflexión. El intercambio y el razonamiento
colectivo. El San Juan nació en el barrio y tomó forma en el
conjunto de la ciudad. Saltó para bien de la comunidad a las calles.
Cuando esos factores naturales se prostituyen, cuando se le resta
protagonismo e iniciativas al barrio los factores se invierten para
mal. Esa ecuación que parece tan sencilla se está violando desde
hace muchos años. En nuestra opinión desde hace mucho nos falta una
valoración colectiva. Un encuentro técnico. Un análisis conjunto
sobre lo que hacemos y hasta dónde hemos llegado. Un encuentro entre
los que pueden decidir y los que saben hacer. Ha llegado el momento
de decidir; ¿qué San Juan es el que queremos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario