Aquellas
cartas, demoradas a veces, perdidas otras, pero siempre con un
embrujo especial a su llegada, las abría con ansiedad, esas y otras
de mi
tía Llilla,
primero
de La Habana, luego de un poco más lejos —España—, pero todas
con un lenguaje sincero y de infinito amor.
No
sé el porqué, pero desde muy pequeña fui casi la elegida a ser
como una especie de relacionista pública. Todos escribían, pero
las
mías eran especiales y lo confieso con toda la humildad a mi
alcance. Luego llegó la época de cartearme con amistades y novios,
que pese a no haber sido tantos, sí estudiaban, por ejemplo, en la
Universidad de Oriente.
Gracias
a esa magia de las misivas hoy guardo parte de una memoria que quién
sabe hubiese olvidado.
En
esta, escrita a lápiz le decía a mi papá: “A
cada rato viene por aquí el becado amigo de Joaquincito que se me
descargó; pero tú debes estar seguro de que el único que me gusta
eres tú, que eres el más lindo del mundo”.
Ahora
les aclaro que esas palabras eran para ofrecerle tranquilidad.
Joaquincito es un primo y su amigo, un joven de 20 años que me
enamoraba, acto al que le decíamos ‘descargar’, y esa fue la
vez primera que mi padre se preocupaba por estos menesteres, él me
decía: ¿Qué busca un hombre de 20 años contigo si nada tienen en
común?, y yo que no sentía la más mínima atracción por esa
persona, mas nunca callé lo que pensaba, le ripostaba: “Por eso
no Pipo, porque tú le llevas 20 años a Mima” y él raudo y veloz
alegaba: “Tu mamá ya era una mujer cuando empezamos el noviazgo y
tú aún eres una niña”. Verdad y razón que convencían y
convencen.
Por
estos días se las enseño a mi
hijo
para que sepa, de mi puño y letra, cómo era la comunicación con
mi padre a quien quise Mucho,
mucho, mucho,
y demuestro así que, papeles son papales, cartas son cartas, no son
falsas como las palabras de los hombres —según la canción y algo
en lo que tampoco creo— Él y yo conversábamos de todo, no
recuerdo alguna excepción.
Si
todo aquello hubiese ocurrido con las nuevas tecnologías quizá ni
el recuerdo quedara, menos aún las escrituras.
Se
me antoja que de esa manera sí habríamos sabido más a menudo el
uno del otro y hasta en tiempo real, ¿el texto? tal vez sería
este: “Pipo, estamos bien, ¿y tú?, bsitos, TQM y punto, y peor
que eso ya estaría en la papelera de reciclaje o eliminado; sin
embargo, ahora puedo leer mi despedida:
“En
esta carta te mando mil millones de besos y cariños, Cuqui”.
Sugiero
a quienes mantienen correspondencia, sea cual sea el método, con
alguien que les importe, que esto les sirva de experiencia, piensen
en el futuro que es ahorita y atesoren sus memorias para al llegar
la desmemoria puedan recordar lo verdaderamente digno de ser
recordado.
Mi
hijo no leerá mis cartas. Ahora solo recibe mensajes: ¿Dónde
estás?, ¿Demoras?, y él responde: “Voy en camino”; los
besitos correspondientes, en abreviatura —besitos— y el te quiero
mucho así TQM para que nos cueste menos, ¡qué pena!, ¿Cómo
podrá decirle a sus futuros hijos?, porque esa magia de las cartas,
no será tan mágica como para recuperarla y por siempre quedará
perdida.
Por;
Olga Lilia Vilató de Varona
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