El
primer premio que recibí durante mis estudios fue una pluma de
fuente que le costo diez centavos a mi maestra en el Ten Cent de la
calle Maceo.
Estaba
yo en cuarto grado y me lo regalo mi buena maestra. Una gruesa mulata
todo bondad y que ese día me llamo “mi literato”. El premio fue
por haber ganado un concurso de composición sobre parásitos
intestinales. Mire usted que cosa. Nunca jamas he vuelto tocar ese
tema y si lo confieso hoy es para que no quede en el tintero.
Aquella
maestra de entonces tenia un precario salario de 60 pesos y el regalo
que me hizo de seguro le costó una fortuna aunque no fuera mas allá
de dos pesos. Nadie sabe como se las arreglaba o como sobrevivía,
pero siempre había un par de libretas para el mas humilde alumno o
una blusa para las niñas de la cuartería de al lado. Nos forraba
los libros y siempre tenia un medio lápiz a mano. No es que ella
fuera uno de los tres reyes magos, pero para nosotros se quitaba lo
poco que tenia. Fue un ejemplo silencioso de humanidad aprendido en
cualquier rincón de su vida.
Durante
años le vi siempre con los iguales zapatones de tacón corto y
cordones, retorcidos de años pero pulcros en aquella escuelita
publica no. 26 que estaba en un hondón que se inundaba al primer
chubasco, compartido con las goteras entre las tejas de barrio
partidas por el abandono.
El
magisterio siempre fue una profesión dura. Pero antes de ahora era
peor. Entonces el puesto basculaba sobre una cesantía como espada de
Damocles apenas cambiaban los aires del desgobierno republicano.
Nadie estaba seguro en cualquier cargo publico. Ni el policía ni el
bombero. Ni el peón de camino ni el albañil de Obras Públicas. Ni
es guarda parque. Ni el maestro y ni el busto de Marti, figura a la
que los políticos echaban mano con cada discurso y cada promesa.
Mi
maestra mulata llegó al magisterio como llegaron tantos negros y
mulatos al magisterio en este país. Era una de las pocas opciones a
la que por lo general podían aspirar a pesar de que la Constitución
declaraba la plena igualdad de derecho. La pobreza limitaba esa
igualdad. Aquí teníamos la Escuela Normal para Maestros, la
Escuela Normal de Kindergaten y la Escuela del Hogar. A esas aulas
llegaban miriadas de jóvenes que no habían podido alcanzar el
Instituto Pre Universitario y mucho menos la Universidad, aunque el
ingreso tenia de por medio una carrera de obstáculos con cartas de
recomendaciones y aun ventas de matrículas no siempre al alcance de
todos.
Al
cabo, la conclusión de la carrera no significaba el añorado empleo
porque en ese punto era cuando mas se hacia presente las influencias
políticas que incluso determinaban, a su conveniencia, donde debía
abrirse una escuela o donde había que cerrarlas. Esa es una larga y
dolorosa historia de células electorales y abusos.
Época
en que los maestros podían ser despedidos de su puesto de un mes
para otro, para colocar en su lugar a recomendados del alcalde o del
representante. Del amigo del presidente o del jefe de la Guardia
Rural de la zona. Escuelas desalojadas con sus muebles lanzados a la
calle por faltas de pago de la vivienda que ocupaban y maestros dando
clases bajo portales y arboledas, improvisando pizarras y pupitres.
Mi
maestra amable venció todos esos años de angustia de un despido.
Los años le hicieron rebelde y justa. Enseño con el corazón la
doctrina martiana y compartió su esmirriado salario con nosotros.
Desdichadamente
olvide su nombre, pero no su estampa y sus hechos y siempre la he
querido ver como el paradigma de todos y todas las maestras de
nuestro país. Mientras, en la memoria está ella con su carga de
años pero siempre presente en mis acciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario