En
Cuba hubo una época en que todo el mundo creía que cada camagüeyano
tenia una finca y 500 cabezas de ganado. O al menos una fábrica de
quesos. Es cierto que hubo grandes haciendas pero también es cierto
que hubo quienes creyeron que con cuatro matas de platanos en el
patio tenia una finca.
Ser
camagüeyano es una especie de distintivo patrio. Un orgullo
nacional. Por supuesto que esa identidad no se gano en un día.
Cuando los habitantes de Santa María del Puerto del Príncipe
tomaron el camino del éxodo desde la bahía de Nuevitas y se
internaron tierra adentro, ya se sabía que las cosas iban a cambiar.
Especialmente porque íbamos a dejar de comer pescado por mucho
tiempo.
A partir
de entonces y a lo largo de su historia los criollos empeñados
en hacer sobrevivir la villa no fueron tan pacíficos como era de
suponer. Durante siglos se dedicaron a contrabandear, robar ganado,
comerciar con los bucaneros, luchar contra los piratas, declararle la
guerra a los ingleses, tocar campanas, conspirar contra la corona,
combatir a España, imprimir periódicos, expulsar a las tropas
norteamericanas de la ciudad e inaugurar la república con La
Chambelona, una guerra civil con nombre de prostituta.
Todo eso
sucedió en tan poco tiempo que la llegada del siglo XXI parece
sorprendernos. Tal vez por eso algunos de ahora sueñan con que las
cosas deben caerle del cielo. O recibir una herencia. Basta conque
usted tenga un apellido más o menos ilustre para creerse con derecho
a alguna herencia. Que es un seguro pasaje a perder el tiempo
correteando tras abogados, papeles y libros polvorientos que al final
no le dicen nada, aunque crea tener ancestros en Constantinopla.
De todas formas muchos quedan con la esperanza en pie.
Reconozcamos que esa forma de
alcanzar el bienestar es solo idea de quienes siendo pobres, tienen
el gusto de ricos. Esa es la gente que por lo general vive llenos de
proyectos sin realizar ninguno porque para ellos es más importante
mañana que hoy. Por eso hoy no hacen nada. Mañana tampoco. Esa es
la forma en que muchas cosas quedaron improvisadas.
Dejadas para
después y munca terminadas. Por alguna razón las cosas improvisadas
son las que más duran. Siempre en estado de veremos. Igual que las
amantes viejas con las que se improvisa un amor. Los amores
improvisados se quedan para siempre. Hasta que al final de sus años
de servicio las jubilamos como si fuera un empleado por cuenta
propia. Y hasta le llevamos una jabita de algo de vez en cuando.
Por años
el lugareño estuvo orgulloso de dos cosas. Por el titulo nobiliario
de la nobleza y por dominar el buen decir del idioma. Lo de la
nobleza puede discutirse pues algunos de esos títulos llegaron con
la punta del látigo de los mayorales y eso no le hace gracia a nadie.
Como símbolo de los tiempos y a pesar de ese abolengo, ahora muchos
de los antiguos palacetes de aquellos nobles de titulos importados
tienen en la fachada el escudo de la familia y dentro una cuartería.
Imagino que el aislamiento en que se desarrolló la villa no
contaminó el idioma.
Por eso aun tenemos el tratamiento diferenciado
de usted. ¿A dónde váis?. Decídme vos, No seáis faino. Abur y
otras cosas que se han achaparrado y contaminado. Eso es historia
antigua pues cuando a finales del siglo XX tuvimos la invasion
oriental hacia occidente nos llegaron los acordes de los naguitos
trastocando la lengua. Lo otro lo pusieron las incursiones habaneras
con el chucherísmo rampante. El resto se anota a la cuenta del mal
gusto con que miriadas de charangas musicales insisten en hacernos
creer que forman parte de la curtura nacional.
Sacando
cuentas he notado que antes del 1959 el nuestro no era un pueblo de
viajeros. Por eso imagino que si el malecón y el ten cent de la
calle Galiano no estuvieran en la capital, nunca hubiéramos ido a La
Habana. Y como dijo un popular filósofo local, si la virgen de La
Caridad no estuviera en Santiago de Cuba nunca hubiéramos conocido a
Oriente.
Hoy hay
lugareños regados por las 15 provincias en todas las profesiones
inimaginables y algunos, para mantener la tradición, siguen
hablando de la finca del abuelo y de la calidad del queso
camagüeyano. Alguna vez los sociólogos deberían de investigar las
causas por las que aun hoy tantas puertas se abren ante la tentación
de un queso camagüeyano.
A pesar
de esos avatares, el camagüeyano mantuvo su impronta regional en
esta historia que les cuento. Siempre valoró no solo los blasones de
su historia y cultura, sino los resultados de su trabajo. Por eso se
siente muy a gusto con ser ciudadano de las mayor provincia del
país. Territorio ganadero, agricultor y azucarero. Alguna vez a ese
auto ego le subió tanto la temperatura y se sintió tan fuera de
serie que algunos despistados no dudaron en gestionar un titulo de
estado federal. Eso no era raro entonces. Recuerden el canal vía
Cuba que supuso partir en dos la isla a la altura de Matanzas
.
Finalmente embuidos de su patriotismo ejemplar los camagüeyanos por mayoría
decidieron mantener unido el país. Salimos ganando todos. La
autoestima del camagüeyano nunca ha estado en el limbo. Por el
contrario. Desde el Ecuador un amigo lugareño me envió una foto de
su oficina, a la entrada hay un cartel bien grande que dice;”Si
ser cubano es nuestro orgullo, ser camagüeyano es un privilegio”.!
Y cojóyo,seguro que si!..
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