La
vieja casona de Juan Pérez Mederos, ubicada en la Plaza San Juan de
Dios 103, es un sitio de aparente tranquilidad. Conserva aires
señoriales. Quienes transitan por sus alrededores no tienen la idea
de que detrás de la vetusta fachada este hombre es vigía -durante
los 365 días del año- del estado del tiempo, del régimen de
precipitaciones, de la fuerza de los vientos y todo cuanto es posible
atrapar en su centro meteorológico a baja escala.
A
él, con sus 76 años a cuestas, la afición por la meteorología le
nació desde niño cuando veía caer la lluvia. Creció y con los
años adquirió medios que le sirvieron para enrumbar hasta hoy esa
pasión por las nubes y lo que se mueve en el imprevisible espacio
que nos envuelve.
Fue
para Juan una suerte encontrarse en los años mozos con Alfredo León
Morell en la empresa de ómnibus de Camagüey, donde laboró como
conductor. A ese amigo lo calificó de un aficionado bueno a la
meteorología y el maestro que lo enseñó a adquirir los
conocimientos necesarios.
Cada
vez que pone un pie en la puerta de la casa para observar hacia el
exterior, o salir hacia la calle, lo primero que hace es mirar para
el cielo para evaluar como está el tiempo y asentar en los registros
lo visto con una mirada escrutadora con la que despeja cada detalle.
No
hay espacio del hogar, en la sala, en el comedor, en una de las
habitaciones, incluso, en el patio en los que no se advierta la
presencia de mapas y instrumentos de medición antiguos o modernos,
pero eficaces en descubrir los enigmáticos secretos de la
naturaleza.
Estimula que se nos reconozca el trabajo.
“Actualmente
hago tres observaciones: siete de la mañana, una de la tarde y siete
de la noche”, explicó, mientras extrajo de la memoria recuerdos de
sus comienzos “un poquito en serio desde 1962, tenía mi
“estacioncita” en la calle San Rafael, donde procesé muchos
datos, pero cuando el ciclón Flora se me mojaron los papeles con la
entrada a mi casa del agua producto del desbordamiento del río
Tínima”.
Lleva
34 años día a día captando la lluvia, incluso, los reportes en
época de vacaciones no se perdían, invitaba a un sobrino o
cualquier otra persona para que lo suplieran en esas funciones y
aclaró que las precisiones de las características de cielo abierto,
presión, temperatura y otras mediciones no rebasan el cuarto de
siglo de realizadas sistemáticamente.
La
entrevista transcurre en un ambiente sosegado, a la vista de su
esposa, con espacios para hablar del cambio climático, de los
efectos que repercuten sobre Cuba, de los elementos que aporta
sistemáticamente al Centro Meteorológico, a Hidroeconomía para la
alerta temprana y a la Defensa Civil, mientras reseñó con exactitud
la fecha en que más lluvia registró el pluviómetro, situado en el
patio de la casa.
“Con
pruebas: el 10 de junio de 1991. En una hora y cincuenta minutos
cayeron 217,2 milímetros. El río tenía poca agua, pero las
cascadas que caían de la ciudad hacia allí tanto por esta área del
Tínima como en la de Vista Hermosa eran inmensas”.
Vivir
enamorado del tiempo.
¿Cúal
es la mayor recompensa para un meteorólogo y si se trata de un
aficionado?
“No
es económica. A nosotros los aficionados nos agrada que se nos
reconozca el trabajo. Nosotros, un pequeño grupo, pertenecemos a la
SOMECUBA (Sociedad Meteorológica de Cuba) la que regularmente
celebra talleres de intercambios. Nos apoyan en reparar determinados
instrumentales, sino no podemos existir. A veces las cartas las tengo
que hacer a mano con un cartabón y bolígrafo. La ayuda es efectiva
del Centro de Meteorología y de Hidroeconomía.
En
él siempre ha existido espíritu de superación, desde la enseñanza
primaria hasta que terminó la superior, empezó a trabajar como
conductor de ómnibus y durante cursos para cuadros de Transporte y
sobre Seguridad Automotor y Vialidad y Tránsito, incluso, para
enfrentar clases de preparación en la Defensa Civil como instructor.
La
cualidad que distingue a Juan es mejorar todo lo que hace, puesto a
prueba en el efectivo control de los choferes sin accidentes de toda
la provincia de Camagüey. No cedía un ápice en inspeccionar con
efectividad y las insuficiencias que encontraba tenían que quedar
resueltas antes de marcharse.
Siempre
ha vivido enamorado de su trabajo, de todo lo que hace, le gusta ser
exquisito sin establecer diferencias. Por eso resulta difícil
definir entre transportista o meteorólogo, aunque la balanza en esta
etapa de la vida se inclina por la segunda profesión que lo mantiene
en vilo en temporada ciclónicas como la que vive hasta noviembre
esta región del planeta.
Texto y fotos: Enrique Atiénzar Rivero
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