La
percepción
de Ovidio Piñeiro Ramos es prodigiosa. Ni el más mínimo detalle
del desalojo ni de los hechos sucedidos hace varias décadas escapan
de su memoria.
A
los 85 años este
hombre tiene el don de reproducir imágenes que tocan las fibras más
íntimas del interlocutor sobre aquel ambiente citadino en que
vivieron doce familias en la antigua fábrica de hielo “El Nuevo
Fénix”, del reparto Las Mercedes, hasta un día en que efectivos
de la guardia, por petición de los dueños, dieron un plazo de 24
horas para que abandonaran el lugar.
Piñeiro,
quizás el único testigo excepcional con vida del despido,
testimonia que los propietarios de la planta
no residían aquí, pero que tenían sus representantes en Camagüey
que corrían con la Sociedad Anónima.
“En
aquel batey había doce casas que estaban incluidas dentro de los
gastos de la fábrica, pero figúrate los dueños tenían que pagar
una cantidad de dinero enorme y aquello llegó el momento en que no
daba. Estuvo cerrada y la gente, viviendo allí. Otras personas
arrendaron el negocio y fracasó.
Relata
Piñeiro: “Con
los mismos trabajadores que vivían en ese lugar y que conocían el
movimiento de la fábrica, los que la alquilaron la abrieron
transitoriamente. Esas personas fueron a vivir en el chalet (que era
del administrador) pero llegó el momento del pago de impuestos y se
j…. la cosa”.
La
planta tuvo
amplia clientela que solicitaba hielo en cuadritos para los bares y
rememoró los tres o cuatro carretones, halados por mulos, bien
cuidados, que salían tempranito con diez y doce bloques, de 315
libras, para distribuir el producto por la ciudad, medios de
transporte desaparecidos con los nuevos inquilinos.
Después
marcaron el panorama otros
hechos aún estando los arrendadores. Surgió la cooperativa creada,
al margen de los dueños, por el padre de Ovidio, el viejo Pepe, en
compañía de dos personas más que adquirieron un camión, para más
detalles, pintado todo de amarillo, con la inscripción de la fábrica
para comercializar el hielo por varios pueblos fuera de la ciudad,
incluido Guáimaro.
“Cada
uno de los trabajadores tenían una casa donde vivían. La corriente
de los hogares provenían de los alternadores de los motores de la
fábrica. El batey estaba alumbrado, es decir, que los que los
residentes en los inmuebles no pagaban luz, ni agua, ni nada.
“La
cosa se puso mala y los dueños querían vender eso o deshacerse del
negocio, cogieron a los efectivos de la guardia y le dijeron: la
fábrica está cerrada y digánle a los trabajadores: 24 horas para
que abandonen el batey.
“Cada
casa estaba valorada en doscientos pesos. Pueden desbaratarlas,
llevarse la madera, venderla, hacer lo que les de la gana. Y el viejo
mío pidió más tiempo y le dieron 72 horas”.
Piñero tuvo la suerte de llevar a sus
padres a residir en una casa que poseía en la calle Tomás
Betancourt, entre Jaime Nogueras y Bellavista, en el reparto La
Vigía, mientras otros, como Silvia y Jorge, abuela y tío de este
periodista fueron a cobijarse hacinados en mi humilde hogar,
compuesto por mis padres y mi hermana, no muy lejos de la fábrica.
El padre de Ovidio, triste y
acongojado, marchó a vivir con él, aunque el viejo le dijo: “¡Coño
qué problema! . Él respondió: “Usted vive conmigo, tengo el
capital más grande que hay, una juventud que vale millones de pesos
y que usted no tiene.
“A
usted, como a los otros, los lanzaron para la calle sin ninguna
jubilación”.
“¿A
dónde fueron a parar las familias? A donde pudieron. Todo el mundo
tuvo que chancletear, aquello no era cuento. No todo el mundo vivió
o vive para contar este desalojo que hubo allí, muy poca gente.
Quedan los sucesores, pero de esto no saben nada”.
En
los minutos que sellan la entrevista
recordó la tecnología de la fábrica, los recipientes que
utilizaban, la salmuera, amoníaco, de cómo la industria trabajaba
24 horas y que tenía una máquina de petróleo horizontal de 200
caballos de fuerza y una de poco más de 100, ésta última solo en
funcionamiento en verano, época de mayor demanda de hielo para
atenuar el calor.
Mencionó luego las intensas jornadas
de trabajo en ese entorno transformado por el
tiempo y caracterizado entonces por una fuente central y dos grandes
ceiba, Ovidio citó la ayuda prestada por él a su padre en la
fábrica en llenar los tanques de agua que se convertían en hielo,
proceso sucedido antes del desalojo aún trabajando él en el
aserrado Pueyo.
NO PODÍA COMPRAR CON AQUELLAS
FAMILIAS ADENTRO
Del
dueño o los dueños de la fábrica de hielo “El Nuevo Fénix”
nunca se supo. Eso fue un misterio. Al menos no obra tácitamente ni
en los Registros de Propiedad ni en el Archivo Histórico Provincial.
La búsqueda en la primera de las
instituciones nos aproxima a que Plácido González Rojo y Pérez,
natural de España y dueño original de los terrenos, vendió un lote
de tierra de 2005 metros cuadrados de la quinta, nombrada Las
Mercedes, a la Sociedad Anónima: Fábrica de Hielo El Nuevo Fénix
S.A., representada por su mandatario verbal Francisco Domínguez
Pichardo.
Éste y Aurelio Bazán Masvidal en su
condición de presidente y secretario interino, respectivos del
consejo de dirección de la Sociedad asumieron el trámite ante el
notario José Julio Martínez Giralt en cumplimiento de un acuerdo de
la Junta General de Accionistas.
En
otra escritura, la número 134, otorgada en La Habana el 19 de mayo
de 1958, es confirmada la venta de esa finca y tres más a Severino y
a
Alejandro Larrinaga quienes apoderaron a sus esposas, residentes en la capital cubana.
Lo más que apareció en el Archivo
Histórico Provincial relacionado con esta industria fue la carta y
el expediente de solicitud, enviada al Alcalde Municipal, con fecha
22 de noviembre de 1927 para ampliar un salón de la fábrica de
hielo.
Todo
presuponía
que los Larrinaga serían los negociantes que impulsaron en Camagüey
la recepción y venta de materiales ferrosos almacenados en los
terrenos de la antigua fábrica de hielo y transportados por
ferrocarril hacia los puntos de embarque del puerto de Pastelillo, en
Nuevitas, y de la capital para la industria siderúrgica.
Seguimos
la búsqueda de una pista para acercarnos lo más posible a la
realidad
de lo sucedido en la antigua industria hielera y en eso recordé que
Eddy Rodríguez Borroto fue a mediados de 1960 el interventor de la
Empresa de Hierro y Metales S.A, consorcio con sede principal en esta
ciudad, la cual controlaba toda la chatarra de las antiguas
provincias de Las Villas, Camagüey y Oriente.
Dice
Eddy que cuando llegó allí estaba toda la maquinaria sin funcionar
y recordó que donde hoy está el edificio 12 plantas de la Doble Vía
había dos chuchos del ferrocarril, el transporte más barato para la
comercialización de la chatarra, aunque la idea de Larrinaga fue
establecer un combinado de chatarra como el actual en funcionamiento
en la Circunvalación Sur y ya en ese momento había comprado todos
los puentes de hierro
fuera de servicio en Cuba, depositados allí.
Texto
y fotos
de Enrique Atiénzar Rivero y de Otilio Rivero Delgado
Viví en la Fábrica de Hielo donde nací en Diciembre 1936 hasta el 1950 o 51, mi padre, Oliverio de Quesada fue administrador por 23 años y tengo muchos buenos recuerdos de esa época y recuerdo a todos los que vivimos en ese tiempo, recuerdo a Ovidiol Piñeiro y su padre por supuesto, quisiera oír de algunos más de ese tiempo que quizás entren en el blog que recibi a través de Emilio (Papito) Rizo vecino nuestro su familia que mantenemos contacto en el exilio en Miami. Ojalá pueda conectar con alguien. Gonzalo de Quesada y Rodriguez
ResponderEliminar