“¿Qué
creen que nos van a enseñar? ” , comentó con sorna alguien
cuando una mañana entró como un grupo de gorriones alborotadores
los primeros egresados universitarios incorporados a nuestra
plantilla.
En
realidad nos movieron la seráfica quietud de la redacción. La misma
redacción donde hace cuarenta o cincuenta años entramos con el
igual impulso de juventud con ganas de hacer y decir, imaginando
nuevos estilos y buscando cada cuál su aventura en la profesión.
Me
pregunto ahora cómo o porqué llegaron a las aulas universitarias
estos jóvenes de ahora, mientras nosotros acá correteábamos por
terraplenes polvorientos de macisos cañeros, o nos hundíamos hasta
los ejes en los pantanos costeros tras carboneros y macondos
perdidos.
Seguro
que muchos de ellos no habían nacido o andaban a la pañoleta, en
acampadas de fogatas cantando, contando estrellas y soñando con
otras historias. Descubriendo maravillados el nuevo mundo que ya
desde hacia rato nosotros surcábamos.
Por
supuesto, no soy de los que creen que las canas nos otorgan una
especie de solapín de libre acceso o una patente de corzo para
asumir actitudes doctorales, esperando un pie forzado para soplarnos
una filípica sobre moralidad, conducta y disciplina, cuando tal vez
el egregio puede que tenga una que otra cucaracha en gavetas lejanas.
Por
ética profesional aprendida desde siempre, comparto la buenaventura
del respeto a las canas no solo por los calendarios dispersos sino
por la experiencias de lo vivido y lo aprendido. Aunque es justo
reconocer que no siempre esa hojarasca otoñal apareja experiencias
positivas en la dimensión que necesitamos.
¿Les
cuento lo de Adelante?. Claro que si porque el ejemplo lo tenemos al
alcance de la mano. Les dije que entraron como bandada de gorriones
metiendo bulla de risas, anécdotas y nerviosismo propio de aulas
recién abandonadas y responsabilidades adquiridas. Se acabó
la comunitaria estudiantina jodedora para vestir la armadura del
solitario artífice junto a la fragua.
De
todas formas siempre como resaca queda el habito y todos a una, los
que tuvieron la suerte de llegar a nuestra plantilla en colectivo,
instituyeron una especie de subconsciente cofradia per se más
como protección ante lo desconocido que por gremio distanciado de
nosotros. Nosotros los del otro lado. Los duros que no los perdíamos
de vista para saber “Bueno, ¿y ahora qué van a hacer”
Sé
que en realidad para no pocos eso de compartir codo con codo el
taller con los veteranos es una lata. “Ahora van a venirnos con
la trova de siempre” imaginan. Y sucede así porque la
juventud, que es un estado natural del individuo transita en esos
años por senderos de auto estima y búsqueda de personalidad, de allí
que poseedores de nuevas ideas y conocimientos frescos suponen chocar
con fósiles dispuestos a obstaculizar el paso.
Estos
son los que establecen cruzadas contra los años siempre acomplejados
de dudas. Es cierto que hay mayores que se las traen y que ven en los
jóvenes que llegan intrusos superdotados con nuevas técnica y lo
peor, con nuevos conceptos sociales y laborales. no siempre en
consonancia con el pan nuestro de cada día. De todo hay en la viña.
Pero
a lo que iba.Un día nuestro sólido jefe de información, Oriel
Trujillo, decidió su jubilación. Pensamos todos a una, “!Esto
se chivó!”. Luego de un tiempo sacaron del banco a Carmen
Luisa para el relevo cuando el juego estaba de verdad apretado. Ella
que fue alumna de casi todos nosotros y a quien habíamos seguido los
pasos por las aulas ahora se convertía en la jefa del Departamento
más tira y hala del periódico.
Pero
miren ustedes, la Carmen acepto el reto sin perder la ternura, como
dicen los poetas.
Para
nosotros la muy joven colega, (una especie de Wendy, la de Peter
Pan), a quien veíamos revolotear alegre y siempre entrañable desde
el primer día, asumió el mando y sin diferencias desde su
nombramiento mantiene el timón de su antecesor. Puede errar hoy y
acertar mañana, pero ¿Hay alguna otra forma de aprender? Y aparte
de eso ¿de qué pueden servir tantas páginas y tantos años de
oficio si al cerrarse el libro termina la historia?.
¿Para
qué estamos nosotros aquí, los de los años duros, los que estamos
convencidos que ésta es la dinámica lógica de la sociedad?.
Porque vamos a ver, ¿Qué hubiera sido de nosotros, los que no
tuvimos aulas y lo aprendido se conquistó trotando calles, de no
haber tenido a mano la sombra de experiencias y ens recieneñanzas prácticas
por quienes nos llevaban años luz en la profesión?
Con
un elevado índice de envejecimiento, el país reconsidero de manera
saludable no solo extender la vida laboral sino reincorporar a los de
la tercera edad al quehacer económico y social del país como medida
para garantizar continuidad y traspaso de conocimientos. Esa
estrategia ha servido para ampliar las relaciones entre las
generaciones y ensamblar una sociedad donde todos dependemos de
todos.¿De qué pueden servir tantas páginas y tantos años de
oficio si al cerrarse el libro termina la historia?
Considero
que no está excento de orgullo quien pueda llegar con años y pasos
al punto en que la existencia da la oportunidad de enseñar a la
nueva hornada todo lo que se
pueda
de la profesión y de la vida. Esa es una responsabilidad adquirida
por el ser humano desde que nace. Disposición habilitada desde sus
genes como garantía de continuidad evolutiva en cada ser humano.
Porque de la vida se trata el aprendizaje para vivir en armonía
sostenible entre generaciones.
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