Por
supuesto que no recuerdo cuando subí a un sillón de barbería, pero
no creo que haya sido de esos muchachos que orquestan sonadas
tánganas a la hora del pelado .
De
todas formas tengo años suficientes como para poder guardar memorias
de un buen numero de barberos, quienes por cierto ninguno es igual a
su imagen y semejanza.
Lo
primero en la memoria es la barbería de la familia Escocia, abierta
en la sala de una pequeña accesoria de la calle Pobres casi esquina
a Neponuceno. Como aparte de barberos eran músicos, muchas veces,
muchacho como yo era, tenia que aguantar sentado en el sillón solos
de trompeta antes de poder bajar del asiento.
Llegó
después a la alegre barbería de los Manolos, sala de dos sillones
situada casi al lado del hotel New York, allí donde están las
esquinas de Avellaneda y Francisquito, punto inmediato a la plazoleta
del paradero del ferrocarril y cerca de la terminal de ómnibus
Camagüey – Bayamo. Enfrente estaban los hoteles Bristol y
Quisisana. A la vuelta de la esquina una miríada de fondas y
posadas porque dicho sea al barrer, aquella era la mas populosa zona
de prostitución de la ciudad con burdeles de todos los colores y
accesos sociales.
En
este bullicioso lugar aprendí mientras me pelaba de todo lo que
había que saber sobre las peripecias en las afamadas casas de
Enedina, Tete o Adelfa y como fue que La Portuguesa rajo en dos con
una navaja a un chulito de café con leche que una vez quiso
agitarla. Para mi edad, mas o menos doce años, aquello era lo
máximo.
Puede
que por esa razón mis padres me trasladaron de barbería y entonces
caí en manos de Varona, que tenia su sillón en un local bajo los
portales de la avenida de Los Mártires, frente al Hotel Residencial,
hoy Hotel Puerto Príncipe. Entre mis memorias Varona fue uno de los
mas extraordinarios personajes que he conocido. Mulato bien plantado
de amplia cultura y buen decir, tenia sin embargo una debilidad por
lo que todo lo dejaba. Apenas sonaba el primer timbal anunciando las
fiestas del San Juan allá se iba dejando las tijeras para ir a
preparar el disfraz con el que ocupaba el primer puesto en el desfile
de carrozas y comparsas. Puesto que nadie le había dado, pero que
tampoco nadie le discutía.
Sus disfraces eran fabulosos en una ciudad donde con cada San Juan mascaras y caretas competían en atractivo. Una vez se disfrazo de noche. Eso había que verlo, Todo vestido de negro con una luna de papel plateado en la cabeza y con una capa cubierta de brillantes estrellas y luceros. Pero para mi, y de eso estuvo hablando meses con sus clientes mientras se preparaba para el desfile, lo mas fenomenal fue cuando se disfrazó de archipiélago cubano. Todo vestido de azul marino, incluyendo sus botines, un turbante de igual color con una torre en la cabeza imitando un faro en donde se encendía una luz intermitente y cuando en sus evoluciones abría su capa, aparecía el mapa del archipiélago con bombillitos de colores allí donde existía un faro en la geografía cubana. ¿Quieren mayor iniciativa que esa?. Los carnavales de Río de Janeiro no saben lo que se perdieron.
Sus disfraces eran fabulosos en una ciudad donde con cada San Juan mascaras y caretas competían en atractivo. Una vez se disfrazo de noche. Eso había que verlo, Todo vestido de negro con una luna de papel plateado en la cabeza y con una capa cubierta de brillantes estrellas y luceros. Pero para mi, y de eso estuvo hablando meses con sus clientes mientras se preparaba para el desfile, lo mas fenomenal fue cuando se disfrazó de archipiélago cubano. Todo vestido de azul marino, incluyendo sus botines, un turbante de igual color con una torre en la cabeza imitando un faro en donde se encendía una luz intermitente y cuando en sus evoluciones abría su capa, aparecía el mapa del archipiélago con bombillitos de colores allí donde existía un faro en la geografía cubana. ¿Quieren mayor iniciativa que esa?. Los carnavales de Río de Janeiro no saben lo que se perdieron.
En
los inicios de 1959 y durante mis andanzas por Cubitas, pase a
pelarme con Onelio, quien tenia un banco en el portal de su vivienda
allá por la zona de Punta de Pinto. Onelio, personaje que necesita
una crónica aparte, era alegre, jaranero, populoso e influyente en
toda esa comarca de fincas, potreros y caseríos, era entonces una
especie de Padrino a la criolla. Algo así como un Antenor Antena,
según la novela brasileña ahora de moda. Onelio fue comerciante,
carnicero, transportista, apuntador de bolita, barbero, carpintero,
prestamistas, alcalde de barrio, Concejal por el municipio Camagüey,
pica flor y por esa vía puede que padre de muchos muchachos que por
allí andan dispersos. Con el conocí suculentas historias de la
tierra y de la gente. De los buenos y de los malos. Todo lo sabia y a
pesar de esa trayectoria y sin comulgar con la Revolución desde
donde se le respetaba en la zona, nos ayudo cuanto pudo a la
organización de aquellas comunidades.
También
recuerdo que luego, para 1961, desde un sillón de barbería, conocí
de las paginas de Los Fundamentos del Socialismo en Cuba cuando
Tejeiro, Dario y David, tres barberos comunistas de cuna me
involucraron en sus círculos de estudios, así que de problemas
agrarios, la viviendas en Cuba, el desempleo y de leyes
constitucionales conocí un mundo entre uno y otro corte de pelo.
Luego
unas de mis hermanas, para que yo no siguiera saltando de una a otra
barbería, y aficionada como era a la peluquería, cosa que no tiene
nada que ver con su profesión como pedagoga, se empeño conmigo por
muchos muchos año y de pelado a pelado tuvimos buenas tertulias
familiares.
Ahora
le tocó en turno a Mazorra, un serio barbero que lleva los turnos a
punta de lápiz con una puntualidad matemática. Desde su local en
San Martín casi esquina Santa Rosa incursionamos a veces en sus
historias profesionales, pues como es jubilado de la radio, donde por
mucho tiempo fue un locutor de calibre,siempre hallamos cosas que
recordar y contar. Sin dudas que desde un tranquilo sillón de
barbería,la vida siempre te da sorpresas.
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