A
Alfredo Sarduy lo conocí en un momento realmente difícil.
Al
anochecer de un día a mediados de septiembre de 1957 llegó a mi
casa Carmen Tejeiro López, miembro que era de Resistencia Cívica,
para decirme que era necesario buscarle una casa de seguridad a dos
compañeros “quemados” y eso debía ser esa misma noche.
Por esos meses teníamos previsto como refugio el edificio de dos plantas que se encuentra en la Avenida de Los Mártires no. 61 esquina a Emiliano Agüero Varona, frente al Hotel Residencial, en el reparto La Vigía. Era una inmensa casa con numerosas habitaciones algunas de las cuales se alquilaban de común a jóvenes estudiantes del Instituto de Segunda Enseñanza o la Escuela de Comercio que residían fuera de la ciudad, por lo que la entrada y salida de jóvenes del lugar a diferentes horas del día era común. Todo estaba ocupado a excepción de una aislada habitación situada en la azotea del inmueble. Anunciada la visita todo se preparo para la recepción, incluso el acostumbrado chequeo del entorno.
Por esos meses teníamos previsto como refugio el edificio de dos plantas que se encuentra en la Avenida de Los Mártires no. 61 esquina a Emiliano Agüero Varona, frente al Hotel Residencial, en el reparto La Vigía. Era una inmensa casa con numerosas habitaciones algunas de las cuales se alquilaban de común a jóvenes estudiantes del Instituto de Segunda Enseñanza o la Escuela de Comercio que residían fuera de la ciudad, por lo que la entrada y salida de jóvenes del lugar a diferentes horas del día era común. Todo estaba ocupado a excepción de una aislada habitación situada en la azotea del inmueble. Anunciada la visita todo se preparo para la recepción, incluso el acostumbrado chequeo del entorno.
Cuando
llegué a la casa de Carmen para recoger a los hombres me esperaban
dos jóvenes, uno alto y delgado, sonriente como despreocupado
siempre y el otro un mulato de menor estatura pero de fuerte
complexión y por lo general de marcada seriedad, Desechamos irnos en
auto pues por regla una perseguidora de la policía, apostada a la
entrada de la avenida sometía a registro cualquier cosa de la que
sospechara, así que decidimos irnos a pie, uno de nosotros delante a
cierta distancia y por la acera contraria otros dos. Sin
preguntárselo y durante la marcha el mulato me dijo llamarse Domingo
Tamarit. Del otro supe que le decían el
zurdo, y
solo meses después que era Alfredo Sarduy.
Junto
con los hombres del comando de Acción y Sabotaje del Movimiento 26
26 de Julio, que en la ciudad capitaneaba Lester Delgado, el
zurdo era
uno de los revolucionarios mas buscados. Nadie sabia su nombre ni le
había visto, pero participó en audaces acciones y su vida fue
puesta a precio por la dictadura. Matarlo donde aparecieran, era la
orden.
La
estancia de estos dos hombres se prolongó semanas. Yo subía al
cuarto de la azotea y le llevaba libros y revistas a Domingo ( luego
supe que era Domingo López Loyola) y cigarros a Alfredo. Aquel
encierro debió ser desesperante, pues de día apenas si podían
salir del pequeño cuarto a fin de no ser detectado por los
inquilinos de los bajos y solo de noche podían caminar a discreción
por la azotea. Un día Alfredo me pidió una cuerda, más o menos de
diez metros y que fuera gruesa explicó. Sin dudas Domingo no supo
que iba a hacer con aquella cuerda que finalmente le lleve.
Dos
días después Carmen me localizo urgente. Alfredo se fue. Me dijo.
Se había violado una medida de seguridad y todo dependía de que
Alfredo no fuera capturado en la calle. Por horas nos mantuvimos en
vilo y aparte de esto, la cuestión era que nadie supo cómo había
salido de la casa sin ser visto.
Al
cabo nuestro “prófugo” entró tranquilamente a la casa. Hoy es
el cumple años de mi hijo, nos dijo, tenía que ir verlo. Un día te
van a joder si sigues así, le regañó Domingo, quien de esa manera
le estuvo descargando por días. Ya se le pasara, se encogió de
hombros Alfredo y entonces me contó que había colocado la cuerda
por el fondo del edificio y bajó por ella. Eso solo se le podía
haber ocurrido a él.
Así
con este carácter audaz y optimista conocí a Sarduy y también
estuve con ellos cuando salieron del refugio, junto a Lester y
Rodolfo Ramírez aquella noche del 31de diciembre para realizar
algunas acciones y de la que nunca regresaron. En el encuentro con el
ejército Alfredo fue capturado cuando protegía la retirada de sus
amigos, luego Rodolfo y Domingo murieron en la acción y Lester fue
también apresado
Hoy
sé que solo la presencia de ánimo de Sarduy le salvó la vida
cuando en manos de la policía fue sacado en la madrugada de su
captura para ser asesinado en las afueras de la ciudad. Si me va a
matar me mata ahora y salimos ya de eso, le dijo al Coronel Triana
Calvert. Debió de haber impresionado tanto al oficial, que este fue
el mismo que cuando otro esbirro, al conocer
que por fin tenían en sus manos a tan buscado
revolucionario
se le
abalanzó
gritándole;
¡Ha cabrón, ahora si te
voy a
matar!, se interpuso. ¡Cuidado, ni una mano encima, cuidado con
matar al
zurdo!
Luego
la historia conocida, la cárcel, el asalto al carro celular por un
comando del 26 de julio que logro liberarlos, las otras casas de
seguridad con la policía pisándole los talones, la salida a la
sierra. El triunfo de la lucha guerrillera y su presencia en las
fuerzas armadas. Sus episodios como combatiente internacionalista.
Toda esa historia la repasamos los dos muchas veces sentados en un
par de balances en el postal de su vivienda aquí en el arbolado
reparto La Norma
Con
sus medallas y sus nostalgias que nunca le abandonaron, hace poco tal
vez me dijo dándole vuelta en una manos a un vaso de Caney refino:
“Ni te preocupes, ahora la muerte va a llegar alguna vez, pero
entonces yo no tenia tiempo para morirme”. Y el
zurdo se
reía con esa sonrisa picara del hombre que tras burlar la muerte en
mas de una ocasión sabe haber llegado al final del camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario