Al asomarnos desde nuestras casas encontramos este urinario en el Palacio de los Deportes a pleno día que "adornó" el entorno "a pululo", como diría Ruperto el simpático personaje del programa humorístico Vivir del Cuento. |
No
recuerdo que alguien de mi familia se llame Juan; sin embargo, el 24
de junio, Día de San Juan, sí ha sido un suceso en la ciudad de
Camagüey, Cuba, desde que tengo uso de razón, mas el 29 de junio,
día de San Pedro lo celebrábamos en familia, así se llamaba mi
abuelo paterno y el hermano mayor de mi padre. Ahora veo esos
festejos de una manera diferente.
Espero
no me endilguen que pretendo olvidar la historia cultural, sé que la
tradición viene de más atrás, pero me limito a mis propios
recuerdos, prerrogativa que me ofrece, este, mi blog.
No
es novedad reconocer al reparto de La Vigía parte inmaterial de mi
vida. Allí pasé años muy importantes, y mi familia materna y
paterna residían en él, adonde se mantiene mi hermano.
La
calle Joaquín de Agüero, donde viví una etapa de mi infancia, era
un hervidero entre el 24 y el 29 de junio. Los vecinos sacaban sus
muebles a las anchas aceras y esperaban el paso del desfile que
incluía caballos engalanados, carrozas desde y hacia donde iban a
parar las serpentinas en que quedábamos atrapados.
¿Las
congas?, esas para mí eran y son harina de otro costal, me hacían
latir el corazón demasiado rápido, no me gustaban, ni me gustan, me
daban y dan la impresión de una marcha que no deseaba ni deseo
escuchar, pese a que disfruto la música, sobre todo la que considero
buena, no importa el género en que la encasillen. Mi conga preferida
es la más oriental, la de Santiago de Cuba, es más musical y
pegajosa, y por eso no creo traicionar a mi ciudad natal. Gustos son
gustos.
Fui
creciendo y veía cómo seleccionaban a la reina y sus luceros. A las
muchachas se les reconocían belleza y virtudes con respeto y recato,
y aclaro esto último porque luego vestían sus trajes bien escogidos
y se exhibían, si la acepción es la adecuada, con prestancia y sin
perder la cubanía.
Esperábamos
la comparsa de La Medicina, su coreógrafo y director era el muy
conocido Ferreiro, el mismo que montaba el vals de los 15 de aquellos
tiempos. Era una linda, juvenil y decente comparsa. Así transcurrían
esos inolvidables días. Íbamos a la calle Capdevila de mi reparto y
bailábamos al compás de famosas orquestas, luego los jóvenes nos
mudamos
para la calle Jaime y hacíamos una extensión de las fiestas
quinceañeras porque nos ponían música grabada de la llamada
“década prodigiosa”, aunque más de una vez salimos todos detrás
de Filo Torres, ese trovador con alma de joven hasta sus últimos
días y de su hijo, para muchos Filo igual, para mí Rafelito,
quienes dirigían muy bien una conga hasta la plaza de El Gallo y
después regresábamos congueando
de la misma manera. Nos
divertíamos a mares, !ah!, no tomábamos bebidas alcohólicas, no
nos hacían falta.
No
éramos perfectos, siempre lo aclaro, pero qué juventud me tocó,
qué época tan especial.
Hoy
sin juventud, o con juventud acumulada como quiera el lector, veo la
vida de otro modo y no precisamente para bien. Desde el 2014 a la
fecha, y hasta hace apenas unas horas, tengo el “premio” de un
área de carnaval frente a mi edificio, con la “espalda” de la
tarima casi dentro de mi dormitorio. Por esta pasan buenos músicos y
otros no tanto. La estridencia le saca ventaja a los acordes, hacen
temblar, así, temblar, a las ventanas de cristal y de aluminio, con
ese sismo nada natural teníamos que “dormir” las familias de 71
apartamentos y de otras casas circundantes.
El
desacuerdo a padecer de esta enfermedad proveniente del escándalo es
casi unánime, y digo casi para no parecer absoluta, ni ofrecer la
idea de creerme estar cerca siquiera de la perfección.
La
noche más pasajera fue la de la presentación de la orquesta de
Adalberto Álvarez y su Son; una agrupación con excelentes músicos
y cantantes. Ellos no gritaron, cantaron.
Como
no me considero una crítica de la música ofrezco una opinión muy
personal. Si algunas de las orquestas que por allí pasaron se
unieran ni cuenta nos daríamos, de todas escuchamos los mismos
estribillosy el mismo tumba'o: “¿Dónde
están las mujeres?, ¿dónde están los hombres? y ¡arriba
Camagüey!, todo vociferado.
Quien
no ha pasado por estas experiencias no se imagina qué es querer
dormir y escuchar tales “estribillos” un día tras otro, sin
descanso. Si todo Camagüey levanta las manos tantas y tantas veces
ya tendríamos los brazos enyesados u operados, porque lo más bonito
del caso es que en los centros nocturnos se anima con lo mismo con
lo mismo.
En
esa semana de San Juan, donde no se tiene muy en cuenta la tradición
popular de antaño, era la única en que los del barrio descansábamos
el cerebro porque el centro de recreación del Casino, antes la SEPMI
y otras yerbas, cierra sus puertas, ¿ahora?, solo el día que recesa
ese lugar.
Veremos
dónde paso la semana del 24 al 29 de junio del 2017. En mi casa no
será.
Texto y foto: Olga Lilia Vilató de Varona
Hola mi amiga. Leo tu excelente artículo y me trae a la mente tantos recuerdos de familia, pues tenía una pobre Tía que ya falleció que sufría con la llegada del San Juan por las mismas razones que mencionas y siempre me decía lo mismo, aquí en la casa no lo pasaré. Espero que este año no haya sido tan malo. Un abrazo.
ResponderEliminarHola mi amiga. Leo tu excelente artículo y me trae a la mente tantos recuerdos de familia, pues tenía una pobre Tía que ya falleció que sufría con la llegada del San Juan por las mismas razones que mencionas y siempre me decía lo mismo, aquí en la casa no lo pasaré. Espero que este año no haya sido tan malo. Un abrazo.
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