Acabamos de concluir nuestro coloquio
tradicional. Adelante ha tomado el buen habito de realizar cada año
un recuento personal de sus venturas y desventuras. Una especie de
conteo de protección y actualización de técnicas y saberes.
La jornada nos obliga a la reflexión,
ejercicio practico que es ventaja de veteranos por la experiencia y
de recién llegados por la novedad. Para los primeros mucho del
tiempo pasado nos parece mejor. En realidad mirar detrás es bueno a
veces, pero mirar adelante es mucho mejor. Para cada época la vida
se hace con luces y sombras. Por supuesto que a las diez de ultima
cada cual habla de la feria como le fue en ella.
El periodista es un profesional
insatisfecho. No conozco ninguno que no crea que su mejor reportaje
está por llegar. Pueden pasar años y a lo sumo lo que llega es la
jubilación. Pero sigue persistiendo. Al final; la oportunidad no le
llega o no supo aprovecharla. Como las solteronas envejecidas
esperando al príncipe azul. También a nosotros muchas veces se nos
va el tiempo cazando unicornios.
Todos los periodistas en formación creen
que alguna vez llegarán corriendo a la redacción con la noticia de
ultima hora capaz de ocupar la primera página del diario. Esa
historia solo existe en las novelas policíacas y en las películas a
lo norteramericano, donde el reportero devela tenebrosas
conspiraciones y luego todos son felices.
La época romántica de las redacciones con
ceniceros llenos de colillas y termos de café en todos las mesas de
trabajo no existe mas. De cuando las cuartillas para la edición
inmediata se entregaban a la media noche y de madrugada se reunían
entorno a la rotativa para tener el primer ejemplar húmedo de tinta
y luego irse a la tertulia del café de la esquina. Ahora se sabe con
una semana de anticipación lo que se va a publicar y eso mató el
brillo del periodismo.
Ahora las redacciones son salas asépticas.
Climatizadas. Con horario de burocráticas oficinas. Cuando llegó la
planificación se asesinó al periodismo de capa y espada. Por eso es
que hay tantos colegas caminando de puntillas sobre pavimento
resbaladizo.
Hoy mucho de esto recuerda los espectáculos
artísticos, donde el cantante se sumerge entre fuegos de artificio,
reflectores y decenas de efectos visuales desviando nuestra atención
de la calidad del cantante y de la obra que interpreta. Se
deshumaniza la personalidad. Perdemos la realidad del interprete. Al
periodistas le sucede lo mismo. Antes nos bastaba un blog de notas y
un lápiz. Lo demás lo ponía la profesión y el estilo. Con eso se
llenaban decenas de páginas diarias en los periódicos y horas en la
radio. Hoy para hacer lo mismo se necesita grabadora, teléfono
digital, videos y todos los recursos de las redes sociales. Recursos
muchas veces utilizados para satisfacer el ego personal, intercambiar
saludos, recetas de cocina y de vez en cuando alguna información que
valga la pena. No creo que ese sea el periodismo tecnológico del que
se habla, y si lo es, mal parado se encuentra la presencia del
redactor .
Con frecuencia recibimos
consultas de estudiantes y de otros recién llegados a la profesión.
Siempre hay inquietudes ante lo nuevo. Pero al periodista no le queda
otra alternativa que salir a batirse en la calle. En
nuestra profesión si el aula es lo máximo en la teoría, la calle
es la cátedra de la vida. Un periodista puede tener todos los
títulos universitarios que quiera, pero si no ha correteado la calle
nunca sabrá lo que es la vida.
Un prestigioso colega escribió que la
calle era el monstruo moderno. Dijo ademas que frente a ese monstruo
donde se empinan o naufragan mezquindades, sacrificios, mentiras,
verdades, heroicidades, amores y noblezas se curte el periodista. No
hay otra alternativa si se quiere llevar con dignidad una profesión
pocas veces retribuida con títulos honoríficos, y si casi siempre
con desengaños, sinsabores, pasiones, desvelos y con cientos de
lanzas rotas frente a los iguales molinos de viento.
Tuve la suerte de ser alumno de aquel
paradigma de los estudiantes de periodismo de una época y por una
razón que aun no he desentrañado, nos mostró como la nuestra es
la única profesión donde todo el mundo se cree con derecho a meter
las manos. Nadie le dice a un ingeniero como levantar un puente o a
un cirujano en que forma extraer un riñón, pero de seguro que
siempre abundan quienes le dice al periodista como debería escribir
las cosas.
Los cubanos podre os tener diferentes
criterios sobre uno u otro tema, pero en lo único en que estamos de
acuerdo es en opinar sobre pelota, en creer que la isla es de corcho
y en tener palanqueado siempre una nota periodística para decirte
las cuatro cosas a cualquiera. Como si decir las cuatro cosas a
cualquiera fuera tan fácil.
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