jueves, 25 de junio de 2015

¿Qué San Juan es el que queremos?



Diversa en forma y estilo el San Juan aglutina las alegrías y el color de cada barrio y planta en ellos su bandera. No por gusto las mejores tradiciones de esas fiestas tienen el sabor característico de los indios de las Cinco Esquinas, Matadero, Bedoya, Palma, Florat, Santa Ana, La Caridad y hasta el parque de los chivos junto a una larga lista multiplicada por todas nuestras calles, zaguanes y plazoletas en la voz retumbante de La Farola o Las Estrellas, o aquel estribillo histórico de “Somos Los Comandos, lo que sea ...que venimos arrollando, lo que sea...”.
Desde el siglo XVI el San Juan según crónicas sentó plaza entre nosotros y desde entonces de uno a otro siglo creció con la ciudad y caracterizó cada época. Las ferias ganaderas se sumaron a los ajiacos colectivos, la “olla” en la esquina para que cada cual echara los centavos que pudiera, los mono viejo de látigo y cascabel, el paseo y las comparsas, San Pedro y sus lloronas. Todo eso se cocinó en un caldero de identidad tan lugareño como sus leyendas.
 
Por años el camagüeyano espera y disfruta de un San Juan al que se niega a identificar como carnaval y mucho menos como parranda. El San Juan es San Juan por hecho y derecho. Réstele a Camagüey esa fiesta estival y verá como a la ciudad le falta un pedazo de corazón.
A lo largo de la historia tuvimos años buenos y malos, peores o regulares pero en todos desde el amanecer de mayo – abril se iniciaban los preparativos en cada barrio. Ese solo arranque sirve de motor impulsor para motivar bailables, ferias, adornos de calles, ensayos de comparsas, repique de congas, colección de estrellas y luceros. La fiebre era tal que apenas despuntaba el 24 ya sabes; “suelta la muletas y el bastón … y podrás bailar el son”.
Durante las años de 1960 y 1970 el San Juan tuvo, como en la música, su “década prodigiosa”. Ya para los 80 falsos conceptos de modernidad y extremismos de la época comenzaron a introducir criterios nada compatible con lo conocido. El periodo de 1990 hizo las cosas más difíciles, aunque el San Juan no dejó de celebrarse gracias a los esfuerzos del Gobierno local y las organizaciones populares.
Se suplantaron tradiciones. (o se idearon), aparecieron iniciativas invasoras que nada tenían que ver con la tradición, impuestas unas veces por ignorancia y otras por caprichos populistas. El San Juan se prostituyó a través de cosas tan ajenas como rincones, cabarets de diferente$$$ niveles, calles cerradas y “trochas”, sin tener en cuenta población y particularidades. Desde entonces en estas fiestas las ganancias comenzaron a contabilizarse no como satisfacción espiritual, sino como lo que se aporta a la caja. El signo de pesos sustituyó a las serpentinas y descubrimos que detrás de cada área de fiesta se multiplican los negocios. 
 En los inicios especialistas técnicos de toda la vida cultural, intelectual e histórica intervenían en la organización del San Juan junto a las representaciones de cada barrio en una especie de forun colegiado. La divulgación y la promoción, tema tan delicado como discutido, era armado por un equipo a cargo de programar y proyectar los festejos desde la comunidad a la ciudad y desde allí a la nación.
Desapareció el concurso popular para el diseño de afiches donde participaban decenas de diseñadores y artistas de la plástica aficionados o no, que daban motivación y sabor al pre San Juan con presencia y gustos variados, aspecto ahora sin participación.
El festejo camagüeyano merece reforzarse en todo su contenido y proyección artística, enaltecer su calidad y organización, y lo más importante, respetar sus esencias históricas. - culturales. Debemos fortalecer el papel de la critica en los escenarios y contextos adecuados para cerrar brechas a la chabacanería, el mal gusto, la banalidad y la vulgaridad.
Es responsabilidad del gobierno mantener estos festejos por constituir un paradigma cultural no solo de la provincia, sino del país.
Con cada año es cotidiano que la Comisión Organizadora del San Juan naufrague en largos debates no tanto por falta de recursos sino por ausencia de conocimientos del tema en cuestión. El San Juan no puede improvisarse en un par de meses ni los funcionarios a cargo pueden ser juez y parte, algo siempre difícil de equilibrar cuando lo acertado es crear un grupo de trabajo permanente e independiente dedicado todo el año a esa tarea, dejando a las autoridades las reales funciones de chequear, controlar y supervisar.
 Como el San Juan es la más importante fiesta popular el lugareño no la rechaza, pero se coloca en guardia ante las indisciplinas que se suceden y las chapucerías que se hacen. Cada vez hay menos calles donde la población sume adornos y música al programa. Con cada año hay que lidiar con vecinos que se oponen a que su comunidad se convierta en un área de festejos. Ese es un tema pendiente de estudio porque en ello deben existir razones a tener en cuenta. Falta el diálogo y la reflexión. El intercambio y el razonamiento colectivo. El San Juan nació en el barrio y tomó forma en el conjunto de la ciudad. Saltó para bien de la comunidad a las calles. Cuando esos factores naturales se prostituyen, cuando se le resta protagonismo e iniciativas al barrio los factores se invierten para mal. Esa ecuación que parece tan sencilla se está violando desde hace muchos años. En nuestra opinión desde hace mucho nos falta una valoración colectiva. Un encuentro técnico. Un análisis conjunto sobre lo que hacemos y hasta dónde hemos llegado. Un encuentro entre los que pueden decidir y los que saben hacer. Ha llegado el momento de decidir; ¿qué San Juan es el que queremos?

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