Hace
poco vi por la televisión la película Hara Kiri, clásico del cine
japonés de la autoría de Masaki Kabayashi, premio especial del
festival de Cannes 1963. En esa época aquella película fue una
revelación en la avalancha de filmes de samurais, kendos, katanas y
ninjas que invadió nuestro país, con Toshiro Mifume a la cabeza.
Pero
ese cine no solo nos enseñó la turbulenta historia feudal del Japón
milenario, sino que nos dejó de golilla el vocablo hara kiri
como santo y seña del honor lavado con sangre.