De tradición y sin cambio climático de
por medio, los camagüeyanos sabemos que junio es uno de los
principales meses de la temporada de lluvias. No por gusto queda en
la memoria de generaciones aquellos aguachales del 24 con un ajiaco a
medio hacer al paso de intempestivos aguaceros. Aunque en realidad y
para hacer justicia, debemos decir que junio de común es el mes que
menos precipitación aporta en el periodo lluvioso.
Si revisamos crónicas, reconoceremos que
los orígenes de las fiestas del San Juan fueron precisamente estos
temporales que duraban días y que obligaba a los peones y
hacendados, dicen, esperar una mejoría del tiempo junto a sus
corrales de ganado donde, a falta de hacer otra cosa, improvisaban
fiestas y comidas colectivas que con el tiempo se extendieron y
cambiaron de ritmo, color y nacencia. O sea que como el San Juan fue
el resultado de los aguaceros de junio, por siglos generaciones de
lugareños han compartido con ellos. A pesar de esto, que siempre
parece que nos agarran por sorpresa.