En
Cuba hubo una época en que todo el mundo creía que cada camagüeyano
tenia una finca y 500 cabezas de ganado. O al menos una fábrica de
quesos. Es cierto que hubo grandes haciendas pero también es cierto
que hubo quienes creyeron que con cuatro matas de platanos en el
patio tenia una finca.
Ser
camagüeyano es una especie de distintivo patrio. Un orgullo
nacional. Por supuesto que esa identidad no se gano en un día.
Cuando los habitantes de Santa María del Puerto del Príncipe
tomaron el camino del éxodo desde la bahía de Nuevitas y se
internaron tierra adentro, ya se sabía que las cosas iban a cambiar.
Especialmente porque íbamos a dejar de comer pescado por mucho
tiempo.
A partir
de entonces y a lo largo de su historia los criollos empeñados
en hacer sobrevivir la villa no fueron tan pacíficos como era de
suponer. Durante siglos se dedicaron a contrabandear, robar ganado,
comerciar con los bucaneros, luchar contra los piratas, declararle la
guerra a los ingleses, tocar campanas, conspirar contra la corona,
combatir a España, imprimir periódicos, expulsar a las tropas
norteamericanas de la ciudad e inaugurar la república con La
Chambelona, una guerra civil con nombre de prostituta.