miércoles, 26 de diciembre de 2012

La autoestima del camagüeyano





En Cuba hubo una época en que todo el mundo creía que cada camagüeyano tenia una finca y 500 cabezas de ganado. O al menos una fábrica de quesos. Es cierto que hubo grandes haciendas pero también es cierto que hubo quienes creyeron que con cuatro matas de platanos en el patio tenia una finca.
 
Ser camagüeyano es una especie de distintivo patrio. Un orgullo nacional. Por supuesto que esa identidad no se gano en un día. Cuando los habitantes de Santa María del Puerto del Príncipe tomaron el camino del éxodo desde la bahía de Nuevitas y se internaron tierra adentro, ya se sabía que las cosas iban a cambiar. Especialmente porque íbamos a dejar de comer pescado por mucho tiempo.

A partir de entonces y a lo largo de su historia los criollos empeñados en hacer sobrevivir la villa no fueron tan pacíficos como era de suponer. Durante siglos se dedicaron a contrabandear, robar ganado, comerciar con los bucaneros, luchar contra los piratas, declararle la guerra a los ingleses, tocar campanas, conspirar contra la corona, combatir a España, imprimir periódicos, expulsar a las tropas norteamericanas de la ciudad e inaugurar la república con La Chambelona, una guerra civil con nombre de prostituta.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

También se trata de deambulantes en Cuba


Me dicen El Mejicano. Ha de ser por lo prieto porque lo que es yo ni siquiera canto. No me meto con nadie pero anoche me robaron los zapatos y un cubo. Con el cubo me gano la vida limpiando carros. Bebo porque me gusta y me gusta esta vida. Yo no estoy para eso de que me estén mandando. Tengo chequera y casa pero no tengo familia ni a nadie.

El Mejicano me ha dicho su nombre completo. Puede tener cincuenta o setenta años pero a estas alturas es difícil definir. Esta sentado en una escalinata a la sombra del murallón del convento de La Merced en compañía de otras tres personas y por lo que se ve, por lo que hablan y gesticulan, parece que no se ponen de acuerdo en algo. 

lunes, 3 de diciembre de 2012

¿Un meteorólogo enamorado?



La vieja casona de Juan Pérez Mederos, ubicada en la Plaza San Juan de Dios 103, es un sitio de aparente tranquilidad. Conserva aires señoriales. Quienes transitan por sus alrededores no tienen la idea de que detrás de la vetusta fachada este hombre es vigía -durante los 365 días del año- del estado del tiempo, del régimen de precipitaciones, de la fuerza de los vientos y todo cuanto es posible atrapar en su centro meteorológico a baja escala.