Un
día, hace algo más de un año nos sentamos muy de mañana con El
Mexicano en las escalinatas de la iglesia de La Merced a conversar.
Toda la noche anterior el había dormido allí con otros dos o tres
socios de feria y ahora estaba de mal humor porque le habían robado
un zapato. Sucedía también que otros malos amigos le facharon un
cubo al compañero con el que se ganaba la vida. Desarrapado, con la
barba de muchos días, apenas si había comido el día anterior y no
recordaba la ultima vez que se había bañado.
Entonces
no me quiso decir su nombre ni qué hacia o de donde venia, pero sí
me narró una historia de trota mundo que le marcaba la vida. Por lo
que supe, no tenia a donde ir o qué hacer. “No pido limosnas, me
dijo, eso no, pero si vendo botellas y trabajo en lo que sea. Uno
tiene que mantener su dignidad”.