jueves, 6 de marzo de 2014

Fisuras en la dignidad ciudadana.



Hoy los invito a reflexionar conmigo.
Deseo razonar sobre la dignidad humana y el valor que representa para el individuo y para la sociedad ese mérito inherente a todo ser humano y que a la vez personifica el respeto a nuestros semejantes, tanto en su accionar como en su espiritualidad.
De hecho la dignidad humana es un valor
inviolable e intangible inseparable del ser humano que permite modelar, cambiar y mejorar nuestras vidas.
Digo esto porque por historia y tradición el camagüeyano ha cultivado esos valores que incluso y no por casualidad se encuentran integrados al escudo de la ciudad, donde aparecen castillos y leones rampantes que determinan nobleza y abrigo al desvalido y que se hallan a la vez protegidos por el manto de la dignidad que arropa el emblema. Ese es el sello que nos enorgullece cuando las personas en su manera de comportarse, lo hacen con decencia, caballerosidad, nobleza, decoro, lealtad, generosidad, hidalguía y pundonor.
 
Sin embargo, paréceme que de un tiempo a esta parte algunos huérfanos de valores personales esquivan esa responsabilidad ciudadana y llegado el caso se convierten en absurdos y groseros desmerecedores de la sociedad a la que se deben y tanto le deben.
Se ha dado el caso, ¿quién no lo sabe? de equívocos lamentables divorciados de la identidad ciudadana cuando alguna persona, desventurada por razón de edad, ignorancia o enfermedad necesita de ayuda y es víctima de engaños, desatención burlas y groserías en oficinas, unidades comerciales y aun en plena vía pública con total deshumanización.
Debemos de reconocer que aunque se ha elevado el nivel de instrucción ciudadana existe poca satisfacción en las normas de conducta cívica.
Es frecuente que a los ojos de las autoridades y la población se producen conductas negativas y aunque por lo general tenemos la tendencia de criticar a la juventud por tales hierros, si nos miramos dentro tenemos que reconocer que alguna parte de nosotros, los de las generaciones mayores, somos los culpables por no instruirles con la educación que necesitan.
No siempre la escuela o el hogar han logrado crear la conciencia ciudadana necesaria y aun hoy maestros y padres analizan qué parte de responsabilidad tiene cada cual a la hora de formar al ciudadano del presente y el futuro, inculpándose mutuamente, pues si bien las concepciones parecen deslindadas, en realidad unos y otros navegan de forma aislada, dejando a otras formas expontáneas la educación de sus hijos. Es precisamente a través de esa fisura por donde entra un elemento no siempre tenido en cuenta hasta ahora; la influencia de la calle
¿Quién duda que es en efecto la calle, ese monstruo moderno que forma parte de la ambientación en la que convivimos, quien dá el toque de gracia transformador de cotidianidades a las personas?. ¿Podrán ser esos individuos así desvirtuadoes buenos esposos, hermanos o acaso cariñosos padres?. ¿Podrán estos que se burlan del dolor y la enajenación humana ser nobles hijos?
 Mucho se habla sobre la educación formal y la conciencia ciudadana, piedra angular si se quiere contar con ciudadanos conscientes de su tiempo. Sin embargo, es innegable que existe espacios en esa formación donde no basta familia y escuela, pues es obvia la influencia que sobre el individuo tiene el entorno.
Y aunque la vida cotidiana es compleja debemos de reconocer que la indisciplina social en la que hemos caído es consecuencia de la falta de exigencia de los factores que intervienen en la formación del individuo, entre estos el conjunto familia - escuela - autoridades.
Si partimos del hecho de que la cultura ciudadana contribuye a la transformación del medio comunitario armonizando lo legal, social y moral, concluímos que para la existencia de una sociedad más desarrollada y equitativa debe existir un sistema que vele por el cumplimiento de la ley; un entorno donde las acciones rectas se estimulen y se reconozcan y las equívocas se sancionen y por último, un nivel de consciencia lo suficientemente crítica entre los ciudadanos que permita al individuo tener claro cuando actúa correcta o incorrectamente, y sentir gratificación o vergüenza, según sea el caso.
Lo que hoy se nos presenta en la calle no surgió de momento, sino que es el resultado de un proceso paulatino y degradante de negligencias diversas.y eso, bien lo sabemos, no se corrige con una campaña para el buen vivir, sino que se debe transformar el entorno socio económico y las leyes ser verdaderamente estrictas para quienes cometen cada una de las indisciplinas. De hecho está claro que no puede haber desarrollo posible sin orden, respeto y decencia.
Sin dudas que el respeto es uno de los valores más importantes del ser humano y tiene una gran importancia en la interacción social porque el respeto ciudadano hacia las personas es una de las reglas básica esencial para las relaciones sociales.y fundamento para todos los derechos humanos. Una persona que no se respeta a si misma deja de ser digna y merecer el respeto de los demás.Tal es el punto de partida de la dignidad que necesitamos.


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