Hoy
los invito a reflexionar conmigo.
Deseo
razonar sobre la dignidad humana y el valor que representa para el
individuo y para la sociedad ese mérito inherente a todo ser humano
y que a la vez personifica el respeto a nuestros semejantes, tanto en
su accionar como en su espiritualidad.
De hecho
la dignidad humana es un valor
inviolable
e intangible inseparable del ser humano que permite modelar, cambiar
y mejorar nuestras vidas.
Digo esto
porque por historia y tradición el camagüeyano ha cultivado esos
valores que incluso y no por casualidad se encuentran integrados al
escudo de la ciudad, donde aparecen castillos y leones rampantes que
determinan nobleza y abrigo al desvalido y que se hallan a la vez
protegidos por el manto de la dignidad que arropa el emblema. Ese es
el sello que nos enorgullece cuando las personas en su manera de
comportarse, lo hacen con decencia, caballerosidad, nobleza, decoro,
lealtad, generosidad, hidalguía y pundonor.
Sin
embargo, paréceme que de un tiempo a esta parte algunos huérfanos
de valores personales esquivan esa responsabilidad ciudadana y
llegado el caso se convierten en absurdos y groseros desmerecedores
de la sociedad a la que se deben y tanto le deben.
Se ha
dado el caso, ¿quién no lo sabe? de equívocos lamentables
divorciados de la identidad ciudadana cuando alguna persona,
desventurada por razón de edad, ignorancia o enfermedad necesita de
ayuda y es víctima de engaños, desatención burlas y groserías en
oficinas, unidades comerciales y aun en plena vía pública con total
deshumanización.
Debemos
de reconocer que aunque se ha elevado el nivel de instrucción
ciudadana existe poca satisfacción en las normas de conducta cívica.
Es
frecuente que a los ojos de las autoridades y la población se
producen conductas negativas y aunque por lo general tenemos la
tendencia de criticar a la juventud por tales hierros, si nos miramos
dentro tenemos que reconocer que alguna parte de nosotros, los de las
generaciones mayores, somos los culpables por no instruirles con la
educación que necesitan.
No
siempre la escuela o el hogar han logrado crear la conciencia
ciudadana necesaria y aun hoy maestros y padres analizan qué parte
de responsabilidad tiene cada cual a la hora de formar al ciudadano
del presente y el futuro, inculpándose mutuamente, pues si bien las
concepciones parecen deslindadas, en realidad unos y otros navegan de
forma aislada, dejando a otras formas expontáneas la educación de
sus hijos. Es precisamente a través de esa fisura por donde entra un
elemento no siempre tenido en cuenta hasta ahora; la influencia de la
calle
¿Quién
duda que es en efecto la calle, ese monstruo moderno que forma parte
de la ambientación en la que convivimos, quien dá el toque de
gracia transformador de cotidianidades a las personas?. ¿Podrán
ser esos individuos así desvirtuadoes buenos esposos, hermanos o
acaso cariñosos padres?. ¿Podrán estos que se burlan del dolor y
la enajenación humana ser nobles hijos?
Mucho se
habla sobre la educación formal y la conciencia ciudadana, piedra
angular si se quiere contar con ciudadanos conscientes de su tiempo.
Sin embargo, es innegable que existe espacios en esa formación donde
no basta familia y escuela, pues es obvia la influencia que sobre el
individuo tiene el entorno.
Y aunque
la vida cotidiana es compleja debemos de reconocer que la
indisciplina social en la que hemos caído es consecuencia de la falta
de exigencia de los factores que intervienen en la formación del
individuo, entre estos el conjunto familia - escuela - autoridades.
Si
partimos del hecho de que la cultura ciudadana contribuye a la
transformación del medio comunitario armonizando lo legal, social y
moral, concluímos que para la existencia de una sociedad más
desarrollada y equitativa debe existir un sistema que vele por el
cumplimiento de la ley; un entorno donde las acciones rectas se
estimulen y se reconozcan y las equívocas se sancionen y por último,
un nivel de consciencia lo suficientemente crítica entre los
ciudadanos que permita al individuo tener claro cuando actúa
correcta o incorrectamente, y sentir gratificación o vergüenza,
según sea el caso.
Lo que
hoy se nos presenta en la calle no surgió de momento, sino que es el
resultado de un proceso paulatino y degradante de negligencias
diversas.y eso, bien lo sabemos, no se corrige con una campaña para
el buen vivir, sino que se debe transformar el entorno socio
económico y las leyes ser verdaderamente estrictas para quienes
cometen cada una de las indisciplinas. De hecho está claro que no
puede haber desarrollo posible sin orden, respeto y decencia.
Sin dudas
que el respeto es uno de los valores más importantes del ser humano
y tiene una gran importancia en la interacción social porque el
respeto ciudadano hacia las personas es una de las reglas básica
esencial para las relaciones sociales.y fundamento para todos los
derechos humanos. Una persona que no se respeta a si misma deja de
ser digna y merecer el respeto de los demás.Tal es el punto de
partida de la dignidad que necesitamos.
n

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