lunes, 3 de diciembre de 2012

¿Un meteorólogo enamorado?



La vieja casona de Juan Pérez Mederos, ubicada en la Plaza San Juan de Dios 103, es un sitio de aparente tranquilidad. Conserva aires señoriales. Quienes transitan por sus alrededores no tienen la idea de que detrás de la vetusta fachada este hombre es vigía -durante los 365 días del año- del estado del tiempo, del régimen de precipitaciones, de la fuerza de los vientos y todo cuanto es posible atrapar en su centro meteorológico a baja escala.


A él, con sus 76 años a cuestas, la afición por la meteorología le nació desde niño cuando veía caer la lluvia. Creció y con los años adquirió medios que le sirvieron para enrumbar hasta hoy esa pasión por las nubes y lo que se mueve en el imprevisible espacio que nos envuelve.
Fue para Juan una suerte encontrarse en los años mozos con Alfredo León Morell en la empresa de ómnibus de Camagüey, donde laboró como conductor. A ese amigo lo calificó de un aficionado bueno a la meteorología y el maestro que lo enseñó a adquirir los conocimientos necesarios.

 Cada vez que pone un pie en la puerta de la casa para observar hacia el exterior, o salir hacia la calle, lo primero que hace es mirar para el cielo para evaluar como está el tiempo y asentar en los registros lo visto con una mirada escrutadora con la que despeja cada detalle.

No hay espacio del hogar, en la sala, en el comedor, en una de las habitaciones, incluso, en el patio en los que no se advierta la presencia de mapas y instrumentos de medición antiguos o modernos, pero eficaces en descubrir los enigmáticos secretos de la naturaleza.

Estimula que se nos reconozca el trabajo.

“Actualmente hago tres observaciones: siete de la mañana, una de la tarde y siete de la noche”, explicó, mientras extrajo de la memoria recuerdos de sus comienzos “un poquito en serio desde 1962, tenía mi “estacioncita” en la calle San Rafael, donde procesé muchos datos, pero cuando el ciclón Flora se me mojaron los papeles con la entrada a mi casa del agua producto del desbordamiento del río Tínima”.

Lleva 34 años día a día captando la lluvia, incluso, los reportes en época de vacaciones no se perdían, invitaba a un sobrino o cualquier otra persona para que lo suplieran en esas funciones y aclaró que las precisiones de las características de cielo abierto, presión, temperatura y otras mediciones no rebasan el cuarto de siglo de realizadas sistemáticamente.
 
La entrevista transcurre en un ambiente sosegado, a la vista de su esposa, con espacios para hablar del cambio climático, de los efectos que repercuten sobre Cuba, de los elementos que aporta sistemáticamente al Centro Meteorológico, a Hidroeconomía para la alerta temprana y a la Defensa Civil, mientras reseñó con exactitud la fecha en que más lluvia registró el pluviómetro, situado en el patio de la casa.

“Con pruebas: el 10 de junio de 1991. En una hora y cincuenta minutos cayeron 217,2 milímetros. El río tenía poca agua, pero las cascadas que caían de la ciudad hacia allí tanto por esta área del Tínima como en la de Vista Hermosa eran inmensas”.

Vivir enamorado del  tiempo.

¿Cúal es la mayor recompensa para un meteorólogo y si se trata de un aficionado?
“No es económica. A nosotros los aficionados nos agrada que se nos reconozca el trabajo. Nosotros, un pequeño grupo, pertenecemos a la SOMECUBA (Sociedad Meteorológica de Cuba) la que regularmente celebra talleres de intercambios. Nos apoyan en reparar determinados instrumentales, sino no podemos existir. A veces las cartas las tengo que hacer a mano con un cartabón y bolígrafo. La ayuda es efectiva del Centro de Meteorología y de Hidroeconomía. 
 
En él siempre ha existido espíritu de superación, desde la enseñanza primaria hasta que terminó la superior, empezó a trabajar como conductor de ómnibus y durante cursos para cuadros de Transporte y sobre Seguridad Automotor y Vialidad y Tránsito, incluso, para enfrentar clases de preparación en la Defensa Civil como instructor.

 La cualidad que distingue a Juan es mejorar todo lo que hace, puesto a prueba en el efectivo control de los choferes sin accidentes de toda la provincia de Camagüey. No cedía un ápice en inspeccionar con efectividad y las insuficiencias que encontraba tenían que quedar resueltas antes de marcharse.

Siempre ha vivido enamorado de su trabajo, de todo lo que hace, le gusta ser exquisito sin establecer diferencias. Por eso resulta difícil definir entre transportista o meteorólogo, aunque la balanza en esta etapa de la vida se inclina por la segunda profesión que lo mantiene en vilo en temporada ciclónicas como la que vive hasta noviembre esta región del planeta.

Texto y fotos: Enrique Atiénzar Rivero






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