viernes, 5 de julio de 2013

¿Los años sirven?



¿Qué creen que nos van a enseñar? ” , comentó con sorna alguien cuando una mañana entró como un grupo de gorriones alborotadores los primeros egresados universitarios incorporados a nuestra plantilla.


En realidad nos movieron la seráfica quietud de la redacción. La misma redacción donde hace cuarenta o cincuenta años entramos con el igual impulso de juventud con ganas de hacer y decir, imaginando nuevos estilos y buscando cada cuál su aventura en la profesión.

Me pregunto ahora cómo o porqué llegaron a las aulas universitarias estos jóvenes de ahora, mientras nosotros acá correteábamos por terraplenes polvorientos de macisos cañeros, o nos hundíamos hasta los ejes en los pantanos costeros tras carboneros y macondos perdidos.

Seguro que muchos de ellos no habían nacido o andaban a la pañoleta, en acampadas de fogatas cantando, contando estrellas y soñando con otras historias. Descubriendo maravillados el nuevo mundo que ya desde hacia rato nosotros surcábamos. 
 
Por supuesto, no soy de los que creen que las canas nos otorgan una especie de solapín de libre acceso o una patente de corzo para asumir actitudes doctorales, esperando un pie forzado para soplarnos una filípica sobre moralidad, conducta y disciplina, cuando tal vez el egregio puede que tenga una que otra cucaracha en gavetas lejanas. 
 
Por ética profesional aprendida desde siempre, comparto la buenaventura del respeto a las canas no solo por los calendarios dispersos sino por la experiencias de lo vivido y lo aprendido. Aunque es justo reconocer que no siempre esa hojarasca otoñal apareja experiencias positivas en la dimensión que necesitamos.

¿Les cuento lo de Adelante?. Claro que si porque el ejemplo lo tenemos al alcance de la mano. Les dije que entraron como bandada de gorriones metiendo bulla de risas, anécdotas y nerviosismo propio de aulas recién abandonadas y responsabilidades adquiridas. Se acabó la comunitaria estudiantina jodedora para vestir la armadura del solitario artífice junto a la fragua.

De todas formas siempre como resaca queda el habito y todos a una, los que tuvieron la suerte de llegar a nuestra plantilla en colectivo, instituyeron una especie de subconsciente cofradia per se más como protección ante lo desconocido que por gremio distanciado de nosotros. Nosotros los del otro lado. Los duros que no los perdíamos de vista para saber “Bueno, ¿y ahora qué van a hacer”

Sé que en realidad para no pocos eso de compartir codo con codo el taller con los veteranos es una lata. “Ahora van a venirnos con la trova de siempre” imaginan. Y sucede así porque la juventud, que es un estado natural del individuo transita en esos años por senderos de auto estima y búsqueda de personalidad, de allí que poseedores de nuevas ideas y conocimientos frescos suponen chocar con fósiles dispuestos a obstaculizar el paso.

Estos son los que establecen cruzadas contra los años siempre acomplejados de dudas. Es cierto que hay mayores que se las traen y que ven en los jóvenes que llegan intrusos superdotados con nuevas técnica y lo peor, con nuevos conceptos sociales y laborales. no siempre en consonancia con el pan nuestro de cada día. De todo hay en la viña.

Pero a lo que iba.Un día nuestro sólido jefe de información, Oriel Trujillo, decidió su jubilación. Pensamos todos a una, “!Esto se chivó!”. Luego de un tiempo sacaron del banco a Carmen Luisa para el relevo cuando el juego estaba de verdad apretado. Ella que fue alumna de casi todos nosotros y a quien habíamos seguido los pasos por las aulas ahora se convertía en la jefa del Departamento más tira y hala del periódico.

Pero miren ustedes, la Carmen acepto el reto sin perder la ternura, como dicen los poetas.
Para nosotros la muy joven colega, (una especie de Wendy, la de Peter Pan), a quien veíamos revolotear alegre y siempre entrañable desde el primer día, asumió el mando y sin diferencias desde su nombramiento mantiene el timón de su antecesor. Puede errar hoy y acertar mañana, pero ¿Hay alguna otra forma de aprender? Y aparte de eso ¿de qué pueden servir tantas páginas y tantos años de oficio si al cerrarse el libro termina la historia?. 
 
¿Para qué estamos nosotros aquí, los de los años duros, los que estamos convencidos que ésta es la dinámica lógica de la sociedad?. Porque vamos a ver, ¿Qué hubiera sido de nosotros, los que no tuvimos aulas y lo aprendido se conquistó trotando calles, de no haber tenido a mano la sombra de experiencias y ens recieneñanzas prácticas por quienes nos llevaban años luz en la profesión? 
 
Con un elevado índice de envejecimiento, el país reconsidero de manera saludable no solo extender la vida laboral sino reincorporar a los de la tercera edad al quehacer económico y social del país como medida para garantizar continuidad y traspaso de conocimientos. Esa estrategia ha servido para ampliar las relaciones entre las generaciones y ensamblar una sociedad donde todos dependemos de todos.¿De qué pueden servir tantas páginas y tantos años de oficio si al cerrarse el libro termina la historia? 
 
Considero que no está excento de orgullo quien pueda llegar con años y pasos al punto en que la existencia da la oportunidad de enseñar a la nueva hornada todo lo que se
pueda de la profesión y de la vida. Esa es una responsabilidad adquirida por el ser humano desde que nace. Disposición habilitada desde sus genes como garantía de continuidad evolutiva en cada ser humano. Porque de la vida se trata el aprendizaje para vivir en armonía sostenible entre generaciones.

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