jueves, 21 de agosto de 2014

¿Qué le queda a los periódicos?



Investigaciones recientes y no tanto, lo mismo de la Universidad Complutense de Madrid que del Centro de Estudios Sobre la Juventud Cubana, confirman con cifras irrefutables esa sospecha que ya temíamos: los periódicos son cosa de “viejitos”.
Los jóvenes prefieren ver la tele, conectar los oídos a sus reproductoras musicales, alquilar o “copiar” series y programas de espectáculo, cuando más leer un libro, una revista, y si se trata de informarse, pues la Internet, los blogs y esas páginas donde los periodistas escriben diferente de cosas diferentes.
Ante una realidad así, en la redacción de un semanario impreso de provincia uno se pregunta a lo Benedetti: ¿qué les queda a los periódicos y a los “periodiqueros”?... ¿Acaso conformarnos únicamente con la fidelidad de esos mayores que alborotan colas de estanquillo, y trabajar hasta el tiempo que nos duren? ¿Emborronar cuartillas para envolver pescado o pomos de agua congelada? ¿Imprimir momias de papel gaceta y contribuir a la museografía contemporánea?
 
¡Solavaya! Mejor que nos quede aún la esperanza de saber que hay chance todavía de montarse en el carro del ahora. Que en el cruce de las mismas manos y las nuevas puedan surgir maneras renovadas de moldear la arcilla esa que es la palabra, y se pueda aprender de una vez pronta a reportar en el idioma en que está expresándose la vida.
Mejor dejar de aupar tantas reuniones, no intentar sacar más rictus a los actos, obturar solo contra lo que sorprenda, salir a auscultar donde los latidos, buscar historias que muevan o conmuevan y contarlas luego, así, humanamente, olvidando un poco los “piramidismos” que van quedando para agencias raudas.
Mejor que nos urja la premura de hacer periódicos un mucho diferentes, no solo por el “santo” de una fecha- como se empeña este abril 4 mi periódico- sino porque en ello nos va el no morirnos en este siglo, definitivamente.

Por: María Antonieta Colunga Olivera

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