Investigaciones recientes y no tanto,
lo mismo de la Universidad Complutense de Madrid que del Centro de
Estudios Sobre la Juventud Cubana, confirman con cifras irrefutables
esa sospecha que ya temíamos: los periódicos son cosa de
“viejitos”.
Los jóvenes prefieren ver la tele,
conectar los oídos a sus reproductoras musicales, alquilar o
“copiar” series y programas de espectáculo, cuando más leer un
libro, una revista, y si se trata de informarse, pues la Internet,
los blogs y esas páginas donde los periodistas escriben diferente de
cosas diferentes.
Ante una realidad así, en la
redacción de un semanario impreso de provincia uno se pregunta a lo
Benedetti: ¿qué les queda a los periódicos y a los
“periodiqueros”?... ¿Acaso conformarnos únicamente con la
fidelidad de esos mayores que alborotan colas de estanquillo, y
trabajar hasta el tiempo que nos duren? ¿Emborronar cuartillas para
envolver pescado o pomos de agua congelada? ¿Imprimir momias de
papel gaceta y contribuir a la museografía contemporánea?
¡Solavaya! Mejor que nos quede aún
la esperanza de saber que hay chance todavía de montarse en el carro
del ahora. Que en el cruce de las mismas manos y las nuevas puedan
surgir maneras renovadas de moldear la arcilla esa que es la palabra,
y se pueda aprender de una vez pronta a reportar en el idioma en que
está expresándose la vida.
Mejor dejar de aupar tantas reuniones,
no intentar sacar más rictus a los actos, obturar solo contra lo que
sorprenda, salir a auscultar donde los latidos, buscar historias que
muevan o conmuevan y contarlas luego, así, humanamente, olvidando un
poco los “piramidismos” que van quedando para agencias raudas.
Mejor que nos urja la premura de hacer
periódicos un mucho diferentes, no solo por el “santo” de una
fecha- como se empeña este abril 4 mi periódico- sino porque en
ello nos va el no morirnos en este siglo, definitivamente.
Por: María Antonieta Colunga Olivera
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