jueves, 22 de enero de 2015

Memorias carcelarias




Para los finales de la década del 1940, y por esos avatares de la política, un buen primo de la familia, sargento político del Partido Autentico, entonces en el poder, devino en alcaide de la cárcel de la ciudad de Camagüey
Por esos años la cárcel se encontraba en el edificio que ocupa toda la manzana que bordea las calles Francisquito, por donde tenia su entrada principal, con el fondo a Progreso, donde existía un imponente portón de hierro para la entrada de los vehículos, por cierto, en esa calle estaba las mayor zona de tolerancia de la ciudad y a pesar de esa explosiva mezcla de presos, policías, chulos, buscacavidas y prostitutas no recuerdo incidente alguno en ese entorno. A ambos lados se encuentran los callejones de Cárcel y Owen. Luego de 1960 el sólido edificio pasó a ser sede del Ministerio de la Construcción. 
 
Frente a la cárcel, al otro lado de la calle, estaban los almacenes del expreso de los Ferrocarriles atestados de camiones, carretones y carretillas además de decenas de estibadores cargando o descargando mercancías de los vagones ferroviarios.
Como yo estudiaba en la escuela pública número 1, Aurelia Castillo, situada a poca distancia de esa zona, iba con frecuencia a visitar al primo, quien me recibió siempre de buen agrado así como sus oficiales ayudantes por lo que con el tiempo y la confianza me vi curioseando todos los rincones del sombrío edificio, junto a otros muchachos de mi edad, hijos de custodios y convictos que también visitaban el lugar a diario. Hoy no me explico aun como podía ser eso.
De esas andanzas recuerdo la multitud de celdas, un gran patio central, cordeles de ropa tendida a secar entre las columnas, la enfermería con varias camas, un taller donde numerosos presos se dedicaban a tejer artículos de guano y a confeccionar diferentes artículos y pequeños juguetes de lata y madera para la venta.
Me llamó la atención alguna celda dedicada a las mujeres. En realidad las sancionadas iban a cumplir condena a la de Guanabacoa, en La Habana, pero permanecían en este lugar mientras se procedía al juicio o eran trasladadas a la cárcel de mujeres.
Como a pesar de haber concluido la II Guerra Mundial permanecía acampada en el aeropuerto de la ciudad una compañía de soldados norteamericanos, sucedía que con frecuencia en algunos bares o casas de prostitución se originaban grandes tánganas muchas de las cuales terminaban con la intervención de su Policía Militar, que por cierto no eran nada blandos en el tratamiento que les daban.
En una oportunidad como el desorden se originó en una de las casas de prostitución aledaña a la cárcel, la propia policía del lugar se encargo de detener a los yanquis desarmarlos y encerrarlos para colocarlos a disposición del tribunal. No había pasado una hora cuando ante la puerta del edificio freno un jeep de la Policía Militar norteamericana y en un alardoso despliegue tipo comando intentaron penetrar en la cárcel para rescatar a sus compañeros.
Pero ni por esas, la policía nacional actuó con celeridad y se se encerró en la cárcel disponiéndose a resistir el asalto. Aquello se puso feo y la población cansada de las tropelías de la tropa yanqui comenzó a aglomerarse en torno dispuesta a impedir la acción norteamericana. Finalmente el desaguisado concluyó solo con la intervención del Coronel jefe de la Plaza Militar y el jefe de la tropa extranjera que se presentaron en el precinto para la entrega de los prisioneros, quienes fueron embarcados en el primer vuelo del siguiente día rumbo a su país.
Una noche se fugo Mantequilla, un ratero que cumplía un año de cárcel por numerosos hurtos. Hizo un hueco en el techo y aprovechando el cambio de guardia salio a la azotea y bajó por uno de los callejones laterales. Una fuga limpia y perfecta. Pero Mantequilla era un persistente fumador y cuando ya se encontraba a media cuadra de la cárcel se dio cuenta que habita dejado sobre la litera su caja de cigarros, así que regresó al interior de la galera y allí fue sorprendido. Del extraño suceso la prensa entonces se hizo eco, aunque no recuerdo en los anales del presido en Cuba un caso como aquel.
Mirtha Rosa era una campesina que engañada por un chulo de café con leche cayó en la prostitución. Un día le dio una puñalada y lo dejo bien muerto. Ella se pasaba el día llorando y no recuerdo que hubiese recibido visita de persona alguna, ni ariente ni pariente. Esta muchacha se gano el afecto de todos, aun de los mas jorocones presos y los mas duros custodios, quienes a través de las rejas le hacían llegar dulces y flores. Ella debía ir a Guanabacoa a cumplir 18 años de presidio. Un día Mirtha Rosa desapareció. Se dijo que una confusión a la hora de la visita en la sala de espera había salido a la calle. Nadie sabe quien abrió la celda. A los dos días la muchacha se estaba presentando ante el alcaide. Salio, dijo, para ver a su pequeño hijo que tenia y que la familia no le dejaba ver. Después no supe que fue de ella pero si que aquella “fuga” no fue reportada ni llevad a sus papeles. Años depuse mi pariente me dijo “Siempre confié que iba a regresar”. ¿Quien le facilito entonces la salida?
En realidad esos tipos de “fuguitas” no eran raras pues había presos que salían a comprar cigarros o dulces y se pasaban una mañana o una tarde fuera. No todos, porque hubo algunos que traicionaron la confianza y no se les volvió a ver.
Recuerdo un plante de presos. Hubo algo de escases en la comida y algunos quemaron colchones y comenzaron a vocear. Se envío a la policía con garrotes y los bomberos para apaciguar los ánimos, pero el alcaide pidió una oportunidad y entro solo a conversar con ellos. A las dos horas el problema estaba resuelto porque en verdad el Ayuntamiento le debía dinero a los comerciantes abastecedores, quienes suprimieron el envío de comida. Se dio una prorroga de pago y al otro día había arroz blanco, tasajo, boniato y dulce de guayaba para todos.
Un día de reyes los presos del taller me regalaron un tanque de guerra hecho de hojalata y pintado de rojo y azul, un pequeño tanque con ruedas de carretel de hilo y una cuerda para tirar de el. También tuvieron regalos de reyes otros niños que allí acudían. Por muchos años guarde aquel regalo con verdadero cariño recuerdo de una época. Luego, ya se sabe, el tanque de juguete se perdió. Se que no debe de estar lejos de mi pues aun lo tengo entere mis mejores recuerdos de aquellos años. Ayer como quien dice.

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