Para
los finales de la década del 1940, y por esos avatares de la
política, un buen primo de la familia, sargento político del
Partido Autentico, entonces en el poder, devino en alcaide de la
cárcel de la ciudad de Camagüey
Por
esos años la cárcel se encontraba en el edificio que ocupa toda la
manzana que bordea las calles Francisquito, por donde tenia su
entrada principal, con el fondo a Progreso, donde existía un
imponente portón de hierro para la entrada de los vehículos, por
cierto, en esa calle estaba las mayor zona de tolerancia de la ciudad
y a pesar de esa explosiva mezcla de presos, policías, chulos,
buscacavidas y prostitutas no recuerdo incidente alguno en ese
entorno. A ambos lados se encuentran los callejones de Cárcel y
Owen. Luego de 1960 el sólido edificio pasó a ser sede del
Ministerio de la Construcción.
Frente
a la cárcel, al otro lado de la calle, estaban los almacenes del
expreso de los Ferrocarriles atestados de camiones, carretones y
carretillas además de decenas de estibadores cargando o descargando
mercancías de los vagones ferroviarios.
Como
yo estudiaba en la escuela pública número 1, Aurelia Castillo,
situada a poca distancia de esa zona, iba con frecuencia a visitar al
primo, quien me recibió siempre de buen agrado así como sus
oficiales ayudantes por lo que con el tiempo y la confianza me vi
curioseando todos los rincones del sombrío edificio, junto a otros
muchachos de mi edad, hijos de custodios y convictos que también
visitaban el lugar a diario. Hoy no me explico aun como podía ser
eso.
De
esas andanzas recuerdo la multitud de celdas, un gran patio central,
cordeles de ropa tendida a secar entre las columnas, la enfermería
con varias camas, un taller donde numerosos presos se dedicaban a
tejer artículos de guano y a confeccionar diferentes artículos y
pequeños juguetes de lata y madera para la venta.
Me
llamó la atención alguna celda dedicada a las mujeres. En realidad
las sancionadas iban a cumplir condena a la de Guanabacoa, en La
Habana, pero permanecían en este lugar mientras se procedía al
juicio o eran trasladadas a la cárcel de mujeres.
Como
a pesar de haber concluido la II Guerra Mundial permanecía acampada
en el aeropuerto de la ciudad una compañía de soldados
norteamericanos, sucedía que con frecuencia en algunos bares o casas
de prostitución se originaban grandes tánganas muchas de las cuales
terminaban con la intervención de su Policía Militar, que por
cierto no eran nada blandos en el tratamiento que les daban.
En
una oportunidad como el desorden se originó en una de las casas de
prostitución aledaña a la cárcel, la propia policía del lugar se
encargo de detener a los yanquis desarmarlos y encerrarlos para
colocarlos a disposición del tribunal. No había pasado una hora
cuando ante la puerta del edificio freno un jeep de la Policía
Militar norteamericana y en un alardoso despliegue tipo comando
intentaron penetrar en la cárcel para rescatar a sus compañeros.
Pero
ni por esas, la policía nacional actuó con celeridad y se se
encerró en la cárcel disponiéndose a resistir el asalto. Aquello
se puso feo y la población cansada de las tropelías de la tropa
yanqui comenzó a aglomerarse en torno dispuesta a impedir la acción
norteamericana. Finalmente el desaguisado concluyó solo con la
intervención del Coronel jefe de la Plaza Militar y el jefe de la
tropa extranjera que se presentaron en el precinto para la entrega
de los prisioneros, quienes fueron embarcados en el primer vuelo del
siguiente día rumbo a su país.
Una
noche se fugo Mantequilla,
un ratero que cumplía un año de cárcel por numerosos hurtos. Hizo
un hueco en el techo y aprovechando el cambio de guardia salio a la
azotea y bajó por uno de los callejones laterales. Una fuga limpia y
perfecta. Pero Mantequilla
era un persistente fumador y cuando ya se encontraba a media cuadra
de la cárcel se dio cuenta que habita dejado sobre la litera su caja
de cigarros, así que regresó al interior de la galera y allí fue
sorprendido. Del extraño suceso la prensa entonces se hizo eco,
aunque no recuerdo en los anales del presido en Cuba un caso como
aquel.
Mirtha
Rosa era una campesina que engañada por un chulo de café con leche
cayó en la prostitución. Un día le dio una puñalada y lo dejo
bien muerto. Ella se pasaba el día llorando y no recuerdo que
hubiese recibido visita de persona alguna, ni ariente ni pariente.
Esta muchacha se gano el afecto de todos, aun de los mas jorocones
presos y los mas duros custodios, quienes a través de las rejas le
hacían llegar dulces y flores. Ella debía ir a Guanabacoa a cumplir
18 años de presidio. Un día Mirtha Rosa desapareció. Se dijo que
una confusión a la hora de la visita en la sala de espera había
salido a la calle. Nadie sabe quien abrió la celda. A los dos días
la muchacha se estaba presentando ante el alcaide. Salio, dijo, para
ver a su pequeño hijo que tenia y que la familia no le dejaba ver.
Después no supe que fue de ella pero si que aquella “fuga” no
fue reportada ni llevad a sus papeles. Años depuse mi pariente me
dijo “Siempre confié que iba a regresar”. ¿Quien le facilito
entonces la salida?
En
realidad esos tipos de “fuguitas” no eran raras pues había
presos que salían a comprar cigarros o dulces y se pasaban una
mañana o una tarde fuera. No todos, porque hubo algunos que
traicionaron la confianza y no se les volvió a ver.
Recuerdo
un plante de presos. Hubo algo de escases en la comida y algunos
quemaron colchones y comenzaron a vocear. Se envío a la policía con
garrotes y los bomberos para apaciguar los ánimos, pero el alcaide
pidió una oportunidad y entro solo a conversar con ellos. A las dos
horas el problema estaba resuelto porque en verdad el Ayuntamiento le
debía dinero a los comerciantes abastecedores, quienes suprimieron
el envío de comida. Se dio una prorroga de pago y al otro día había
arroz blanco, tasajo, boniato y dulce de guayaba para todos.
Un
día de reyes los presos del taller me regalaron un tanque de guerra
hecho de hojalata y pintado de rojo y azul, un pequeño tanque con
ruedas de carretel de hilo y una cuerda para tirar de el. También
tuvieron regalos de reyes otros niños que allí acudían. Por muchos
años guarde aquel regalo con verdadero cariño recuerdo de una
época. Luego, ya se sabe, el tanque de juguete se perdió. Se que no
debe de estar lejos de mi pues aun lo tengo entere mis mejores
recuerdos de aquellos años. Ayer como quien dice.
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