miércoles, 24 de febrero de 2016

!No maten al zurdo!






A Alfredo Sarduy lo conocí en un momento realmente difícil.
Al anochecer de un día a mediados de septiembre de 1957 llegó a mi casa Carmen Tejeiro López, miembro que era de Resistencia Cívica, para decirme que era necesario buscarle una casa de seguridad a dos compañeros “quemados” y eso debía ser esa misma noche.
Por esos meses teníamos previsto como refugio el edificio de dos plantas que se encuentra en la Avenida de Los Mártires no. 61 esquina a Emiliano Agüero Varona, frente al Hotel Residencial, en el reparto La Vigía. Era una inmensa casa con numerosas habitaciones algunas de las cuales se alquilaban de común a jóvenes estudiantes del Instituto de Segunda Enseñanza o la Escuela de Comercio que residían fuera de la ciudad, por lo que la entrada y salida de jóvenes del lugar a diferentes horas del día era común. Todo estaba ocupado a excepción de una aislada habitación situada en la azotea del inmueble. Anunciada la visita todo se preparo para la recepción, incluso el acostumbrado chequeo del entorno.
 
Cuando llegué a la casa de Carmen para recoger a los hombres me esperaban dos jóvenes, uno alto y delgado, sonriente como despreocupado siempre y el otro un mulato de menor estatura pero de fuerte complexión y por lo general de marcada seriedad, Desechamos irnos en auto pues por regla una perseguidora de la policía, apostada a la entrada de la avenida sometía a registro cualquier cosa de la que sospechara, así que decidimos irnos a pie, uno de nosotros delante a cierta distancia y por la acera contraria otros dos. Sin preguntárselo y durante la marcha el mulato me dijo llamarse Domingo Tamarit. Del otro supe que le decían el zurdo, y solo meses después que era Alfredo Sarduy.
Junto con los hombres del comando de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 26 de Julio, que en la ciudad capitaneaba Lester Delgado, el zurdo era uno de los revolucionarios mas buscados. Nadie sabia su nombre ni le había visto, pero participó en audaces acciones y su vida fue puesta a precio por la dictadura. Matarlo donde aparecieran, era la orden. 
 La estancia de estos dos hombres se prolongó semanas. Yo subía al cuarto de la azotea y le llevaba libros y revistas a Domingo ( luego supe que era Domingo López Loyola) y cigarros a Alfredo. Aquel encierro debió ser desesperante, pues de día apenas si podían salir del pequeño cuarto a fin de no ser detectado por los inquilinos de los bajos y solo de noche podían caminar a discreción por la azotea. Un día Alfredo me pidió una cuerda, más o menos de diez metros y que fuera gruesa explicó. Sin dudas Domingo no supo que iba a hacer con aquella cuerda que finalmente le lleve.
Dos días después Carmen me localizo urgente. Alfredo se fue. Me dijo. Se había violado una medida de seguridad y todo dependía de que Alfredo no fuera capturado en la calle. Por horas nos mantuvimos en vilo y aparte de esto, la cuestión era que nadie supo cómo había salido de la casa sin ser visto.
Al cabo nuestro “prófugo” entró tranquilamente a la casa. Hoy es el cumple años de mi hijo, nos dijo, tenía que ir verlo. Un día te van a joder si sigues así, le regañó Domingo, quien de esa manera le estuvo descargando por días. Ya se le pasara, se encogió de hombros Alfredo y entonces me contó que había colocado la cuerda por el fondo del edificio y bajó por ella. Eso solo se le podía haber ocurrido a él.
Así con este carácter audaz y optimista conocí a Sarduy y también estuve con ellos cuando salieron del refugio, junto a Lester y Rodolfo Ramírez aquella noche del 31de diciembre para realizar algunas acciones y de la que nunca regresaron. En el encuentro con el ejército Alfredo fue capturado cuando protegía la retirada de sus amigos, luego Rodolfo y Domingo murieron en la acción y Lester fue también apresado
Hoy sé que solo la presencia de ánimo de Sarduy le salvó la vida cuando en manos de la policía fue sacado en la madrugada de su captura para ser asesinado en las afueras de la ciudad. Si me va a matar me mata ahora y salimos ya de eso, le dijo al Coronel Triana Calvert. Debió de haber impresionado tanto al oficial, que este fue el mismo que cuando otro esbirro, al conocer que por fin tenían en sus manos a tan buscado revolucionario se le abalanzó gritándole; ¡Ha cabrón, ahora si te voy a matar!, se interpuso. ¡Cuidado, ni una mano encima, cuidado con matar al zurdo!
 Luego la historia conocida, la cárcel, el asalto al carro celular por un comando del 26 de julio que logro liberarlos, las otras casas de seguridad con la policía pisándole los talones, la salida a la sierra. El triunfo de la lucha guerrillera y su presencia en las fuerzas armadas. Sus episodios como combatiente internacionalista. Toda esa historia la repasamos los dos muchas veces sentados en un par de balances en el postal de su vivienda aquí en el arbolado reparto La Norma
Con sus medallas y sus nostalgias que nunca le abandonaron, hace poco tal vez me dijo dándole vuelta en una manos a un vaso de Caney refino: “Ni te preocupes, ahora la muerte va a llegar alguna vez, pero entonces yo no tenia tiempo para morirme”. Y el zurdo se reía con esa sonrisa picara del hombre que tras burlar la muerte en mas de una ocasión sabe haber llegado al final del camino.

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