miércoles, 3 de agosto de 2016

Mis oficios y los juegos “inocentes”



Observo por estos días a niños y jóvenes ensimismados ante sus pantallas de tables y computadoras, juegos “inocentes” que en su adicción les aislan e incomunican con su entorno y se saltan esa maravillosa y también formadora etapa de grupos capaces de enseñarnos a convivir en sociedad y no como un homo sapiens aislado y por tanto vulnerable ante la vida.
Algún lector me sugirió, escribir sobre aquellos juegos que formaron parte de nuestras vidas y que hoy tanto se necesitan. Bueno, me dije, pero primero vamos a recordar un poco como por aquella época, cada cual , en sus juegos, se creaba un oficio de fantasía que con seguridad perdura en muchos.
Por lo que a mi respecta, imagino que mis oficios se iniciaran con el Conde de Montecristo.
El Conde... fue, si la memoria no me falla, el primer libro que me regalaron. Me lo obsequio mi tía Raquel en una de aquellas distribuciones que cada Día de Reyes hacia entre sus sobrinos. 
 
A partir de allí lo primero fue querer ser mosquetero del rey, así que con aun grupo de muchachos del barrio armamos una tropa con espadas de palo para pasarnos días corriendo unos tras otros llenándonos de chichones y arañazos.
Después de cansarnos de ser mosqueteros nos dedicamos a hacer carriolas, así que con dos tablas y un par de patines “de municiones” nos dimos a desbandarnos cuesta abajo por muchas de las calles del centro de la ciudad. Armamos un equipo, diez o doce corredores para irnos a pasear y competir en cualquier lugar. Hoy reconozco y pido disculpa a los vecinos de esos lugares porque el ruido debió de ser estruendoso con todas aquellas carriolas en carreras desenfrenadas. 
 Luego, para suerte de la comunidad e influenciado sin dudas por nuestras visitas veraniegas a la familia de Nuevitas se me ocurrió ser constructor de barcos, (Quién lo diría). Fabrique maquetas de galeones, una gran fragata, un bote que apenas echamos al agua se fue a pique y supe lo difícil que es meter un barco dentro de una botella. Por esa época utilizábamos para navegar la laguna sobre las que hoy se levantan los repartos Edén y Juruquey, que aunque no era un océano al menos era una charca que teníamos al alcance de la mano por el fondo de La Vigía. Lo mas navegable fue una balsa de bambú con la que nos íbamos a circunvalar la laguna y tratar de pescar algo, cosa que nunca se dio, aunque nos hicimos de varas, anzuelos y carnadas. Cuando ya estábamos bien aburridos le cambiamos la balsa a unos muchachos de un reparto vecino por un pequeño avión de motor de gasolina. Ese fue el momento en que estime que lo mejor de lo mejor era ser piloto porque al menos se podía comenzar por el aeromodelismo. Mi Piper club color plateado nunca voló aunque me pase horas haciendo el intento en los cuales se estrellaba cada vez. Ante aquellas advertencias razone que en verdad lo mejor era irse a explorar a la Amazonia, pero como en realidad la Amazonia queda lejos de mi casa me asocie con un grupo de exploradores y comencé a meterme por todos los trillos y desfiladeros de la Sierra de Cubitas. Esa es otra historia
 Hoy muchos de los amigos de entonces, nos la damos a recordar aquellos días y ese momento nos representa proteger este árbol que ha dado frutos y tiene raíces en historias disfrutadas y compartidas. Por eso a veces me pregunto, ¿Y mañana estos aislados muchachos de hoy qué podrán recordar y compartir?.¿Que fantasías les alimentan en este mundo de pantallas y teclados y sobre todo, qué ciudadanos se forman para nuestro futuro?. Sobrecoge mirar ese túnel

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