Observo
por estos días a niños y jóvenes ensimismados ante sus pantallas
de tables y computadoras, juegos “inocentes” que en su adicción
les aislan e incomunican con su entorno y se saltan esa maravillosa
y también formadora etapa de grupos capaces de enseñarnos a
convivir en sociedad y no como un homo sapiens aislado y por tanto
vulnerable ante la vida.
Algún
lector me sugirió, escribir sobre aquellos juegos que formaron parte
de nuestras vidas y que hoy tanto se necesitan. Bueno, me dije, pero
primero vamos a recordar un poco como por aquella época, cada cual ,
en sus juegos, se creaba un oficio de fantasía que con seguridad
perdura en muchos.
Por
lo que a mi respecta, imagino que mis oficios se iniciaran con el
Conde de Montecristo.
El
Conde... fue, si la memoria no me falla, el primer libro que me
regalaron. Me lo obsequio mi tía Raquel en una de aquellas
distribuciones que cada Día de Reyes hacia entre sus sobrinos.
A
partir de allí lo primero fue querer ser mosquetero del rey, así
que con aun grupo de muchachos del barrio armamos una tropa con
espadas de palo para pasarnos días corriendo unos tras otros
llenándonos de chichones y arañazos.
Después
de cansarnos de ser mosqueteros nos dedicamos a hacer carriolas, así
que con dos tablas y un par de patines “de municiones” nos dimos
a desbandarnos cuesta abajo por muchas de las calles del centro de la
ciudad. Armamos un equipo, diez o doce corredores para irnos a pasear
y competir en cualquier lugar. Hoy reconozco y pido disculpa a los
vecinos de esos lugares porque el ruido debió de ser estruendoso con
todas aquellas carriolas en carreras desenfrenadas.
Luego,
para suerte de la comunidad e influenciado sin dudas por nuestras
visitas veraniegas a la familia de Nuevitas se me ocurrió ser
constructor de barcos, (Quién lo diría). Fabrique maquetas de
galeones, una gran fragata, un bote que apenas echamos al agua se fue
a pique y supe lo difícil que es meter un barco dentro de una
botella. Por esa época utilizábamos para navegar la laguna sobre
las que hoy se levantan los repartos Edén y Juruquey, que aunque no
era un océano al menos era una charca que teníamos al alcance de la
mano por el fondo de La Vigía. Lo mas navegable fue una balsa de
bambú con la que nos íbamos a circunvalar la laguna y tratar de
pescar algo, cosa que nunca se dio, aunque nos hicimos de varas,
anzuelos y carnadas. Cuando ya estábamos bien aburridos le cambiamos
la balsa a unos muchachos de un reparto vecino por un pequeño avión
de motor de gasolina. Ese fue el momento en que estime que lo mejor
de lo mejor era ser piloto porque al menos se podía comenzar por el
aeromodelismo. Mi Piper club color plateado nunca voló aunque me
pase horas haciendo el intento en los cuales se estrellaba cada vez.
Ante aquellas advertencias razone que en verdad lo mejor era irse a
explorar a la Amazonia, pero como en realidad la Amazonia queda lejos
de mi casa me asocie con un grupo de exploradores y comencé a
meterme por todos los trillos y desfiladeros de la Sierra de Cubitas.
Esa es otra historia
Hoy
muchos de los amigos de entonces, nos la damos a recordar aquellos
días y ese momento nos representa proteger este árbol que ha dado
frutos y tiene raíces en historias disfrutadas y compartidas. Por
eso a veces me pregunto, ¿Y mañana estos aislados muchachos de hoy
qué podrán recordar y compartir?.¿Que fantasías les alimentan en
este mundo de pantallas y teclados y sobre todo, qué ciudadanos se
forman para nuestro futuro?. Sobrecoge mirar ese túnel
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