El
conductor del bicitaxi detuvo su vehículo ante el monumento que en
el Casino Campestre rinde eterna memoria al soldado desconocido del
Ejército Libertador y explico con aire de experto a los dos
extranjeros que transportaba; “Esta
es la estatua de Elpidio Valdés, el muñequito que sale por la
televisión”.
Así de sencillo.
Mi
compañera de trabajo incrédula y todo se rió mucho de la anécdota
y entonces me dio el pie forzado. Esto no es nada, me dijo, pues yo
tengo algo mejor. Hace poco coincidí con un grupo de visitantes a la
puerta del Museo de la Medicina, casona donde vivió Carlos J Fínlay,
en ese momento un “guía” les informaba que en esa casa había
nacido el inventor Finlaí. Como intervine para aclarar la nota eso
me valió, en vez del agradecimiento, no sé cuantas palabrotas de
aquel cabrón.
Al
margen de la crónica y la carcajada, ambos coincidimos en que estas
historias se repiten con demasiada frecuencia promoviendo de manea
absurda un total irrespeto a la ciudad y que a pesar de voces que se
levantan llamando a la reflexión debemos reconocer que pocos se
ocupan de estas peligrosas y vulgares irreverencias. Por otro lado,
cuando la prensa aborda en minoría tanto absurdo, esas advertencias
se pierden en el torbellino del quehacer cotidiano, porque en días
como hoy la prensa nuestra tiende a esquiva los temas vulgares para
perderse en fríos túneles informativos deshumanizados casi siempre
en cifras y burocráticos trastornos, que si bien necesarios ahogan
la realidad de hechos tan humanos y comunes que pasan por vulgares y
que en definitiva es lo que nos acerca a las luces y a las sombras de
las gentes, introduciéndonos por los caminos de todos aquellos
condimentos que sazonan lo que se cuece en el caldero de la vida
cotidiana. Por eso soy de los que opina que el periodismo moderno se
deshumaniza en la medida en que se aleja de los temas vulgares que en
definitiva es el lado humano de la realidad, pero como no hay dos
periodistas iguales (siempre uno creerá que es mejor que el otro)
tampoco hay dos criterios iguales sobre el periodismo moderno. Como
no lo hubo sobre el periodismo de ayer, ni lo habrá sobre el de
mañana. De todas formas y a pesar de la fabulosa tecnología nunca
soñada de los medios de comunicación, la vulgar noticia de que se
ruega información sobre una perrita blanca con una mancha amarilla
en la cabeza y que responde al nombre de Manchita, perdida hace dos
días cerca del parque Agramonte, puede atraer y sensibilizar a mas
lectores que las declaraciones de un ministro sobre la zafra
azucarera. Lo demás es un ejercicio de retórica y alta política.
Los medios de prensa no se hacen para la alta política, sino para la
información popular. De la alta política se ocupan otros documentos
que envejecen en los archivos; los periódicos, dos días después de
publicados sirven para envolver viandas, en el mejor de los casos.
Por
ello nos pareció bien aplicar otra óptica para traer el tema de la
incultura que promociona nuestra historia y convierte en chatarra el
patrimonio de la ciudad. Precipitar páginas de historia cuesta
debajo de manera tan burda es paso previo por el que se pierde la
identidad de todo un país. Sin embargo, seamos justos, vamos a
reconocer que en esa dirección lo que se ha perdido es la iniciativa
del Estado pues aquel admirador de Elpidio Valdés o el amigo de
Finlaí no rechazarían si alguien se ocupara de actualizarles en
nuestras páginas cotidianas de historia, con la seguridad que ellos
podrían extrapolar ese conocimiento entre sus clientes y dejarían
de cubrir lagunas escolares a la buena de dios. Hoy lo real es que en
el entorno de los visitantes a la ciudad se mueve un enjambre de
personas al servicio de transportarlos, guiarlos, alojarlos y
pasearlos por nuestras calles las 24 horas de cada día y eso, en
cualquier país de cualquier mundo, es un sistema de promoción donde
junto con la ventaja económica, prima el aporte cultural no
improvisado, sino preparado y profesional.
A
provecho la oportunidad para recordar que dentro del periodismo el
tema histórico es una especialidad, como en la pedagogía es esa
rama del saber. Aquí se puede perdonar el desconocimiento, pero no
la ignorancia. La historia es siempre una y esa no se improvisa. Un
ejemplo: El pasado 11 de mayo, en oportunidad del aniversario 146 de
la caída en combate del Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz, y
durante el programa que le dedico nada menos que la televisión
local, el locutor nos dio la noticia de que luego de incinerado el
cadáver del Mayor, las cenizas de Agramonte fueron dispersadas por
la ciudad. Que me disculpen los colegas, pero no me atrevo ni a
imaginar en la reacción de los historiadores lugareños ante tal
desatino. Recomiendo que ante el desconocimiento es mejor hacer
silencio, que hacer el ridículo.
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