miércoles, 17 de mayo de 2017

El bicitaxi de Elpidio Valdés y sus apuntes al márgen.



El conductor del bicitaxi detuvo su vehículo ante el monumento que en el Casino Campestre rinde eterna memoria al soldado desconocido del Ejército Libertador y explico con aire de experto a los dos extranjeros que transportaba; “Esta es la estatua de Elpidio Valdés, el muñequito que sale por la televisión”. Así de sencillo.
Mi compañera de trabajo incrédula y todo se rió mucho de la anécdota y entonces me dio el pie forzado. Esto no es nada, me dijo, pues yo tengo algo mejor. Hace poco coincidí con un grupo de visitantes a la puerta del Museo de la Medicina, casona donde vivió Carlos J Fínlay, en ese momento un “guía” les informaba que en esa casa había nacido el inventor Finlaí. Como intervine para aclarar la nota eso me valió, en vez del agradecimiento, no sé cuantas palabrotas de aquel cabrón.
 
Al margen de la crónica y la carcajada, ambos coincidimos en que estas historias se repiten con demasiada frecuencia promoviendo de manea absurda un total irrespeto a la ciudad y que a pesar de voces que se levantan llamando a la reflexión debemos reconocer que pocos se ocupan de estas peligrosas y vulgares irreverencias. Por otro lado, cuando la prensa aborda en minoría tanto absurdo, esas advertencias se pierden en el torbellino del quehacer cotidiano, porque en días como hoy la prensa nuestra tiende a esquiva los temas vulgares para perderse en fríos túneles informativos deshumanizados casi siempre en cifras y burocráticos trastornos, que si bien necesarios ahogan la realidad de hechos tan humanos y comunes que pasan por vulgares y que en definitiva es lo que nos acerca a las luces y a las sombras de las gentes, introduciéndonos por los caminos de todos aquellos condimentos que sazonan lo que se cuece en el caldero de la vida cotidiana. Por eso soy de los que opina que el periodismo moderno se deshumaniza en la medida en que se aleja de los temas vulgares que en definitiva es el lado humano de la realidad, pero como no hay dos periodistas iguales (siempre uno creerá que es mejor que el otro) tampoco hay dos criterios iguales sobre el periodismo moderno. Como no lo hubo sobre el periodismo de ayer, ni lo habrá sobre el de mañana. De todas formas y a pesar de la fabulosa tecnología nunca soñada de los medios de comunicación, la vulgar noticia de que se ruega información sobre una perrita blanca con una mancha amarilla en la cabeza y que responde al nombre de Manchita, perdida hace dos días cerca del parque Agramonte, puede atraer y sensibilizar a mas lectores que las declaraciones de un ministro sobre la zafra azucarera. Lo demás es un ejercicio de retórica y alta política. Los medios de prensa no se hacen para la alta política, sino para la información popular. De la alta política se ocupan otros documentos que envejecen en los archivos; los periódicos, dos días después de publicados sirven para envolver viandas, en el mejor de los casos.
Por ello nos pareció bien aplicar otra óptica para traer el tema de la incultura que promociona nuestra historia y convierte en chatarra el patrimonio de la ciudad. Precipitar páginas de historia cuesta debajo de manera tan burda es paso previo por el que se pierde la identidad de todo un país. Sin embargo, seamos justos, vamos a reconocer que en esa dirección lo que se ha perdido es la iniciativa del Estado pues aquel admirador de Elpidio Valdés o el amigo de Finlaí no rechazarían si alguien se ocupara de actualizarles en nuestras páginas cotidianas de historia, con la seguridad que ellos podrían extrapolar ese conocimiento entre sus clientes y dejarían de cubrir lagunas escolares a la buena de dios. Hoy lo real es que en el entorno de los visitantes a la ciudad se mueve un enjambre de personas al servicio de transportarlos, guiarlos, alojarlos y pasearlos por nuestras calles las 24 horas de cada día y eso, en cualquier país de cualquier mundo, es un sistema de promoción donde junto con la ventaja económica, prima el aporte cultural no improvisado, sino preparado y profesional.
A provecho la oportunidad para recordar que dentro del periodismo el tema histórico es una especialidad, como en la pedagogía es esa rama del saber. Aquí se puede perdonar el desconocimiento, pero no la ignorancia. La historia es siempre una y esa no se improvisa. Un ejemplo: El pasado 11 de mayo, en oportunidad del aniversario 146 de la caída en combate del Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz, y durante el programa que le dedico nada menos que la televisión local, el locutor nos dio la noticia de que luego de incinerado el cadáver del Mayor, las cenizas de Agramonte fueron dispersadas por la ciudad. Que me disculpen los colegas, pero no me atrevo ni a imaginar en la reacción de los historiadores lugareños ante tal desatino. Recomiendo que ante el desconocimiento es mejor hacer silencio, que hacer el ridículo.

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