martes, 17 de diciembre de 2019

Nadie tiene derecho a olvidnar


La escuela pública no. 26 tenia solo tres aulas con estudiantes de todos los grados elementales. De primero a sexto. Estaba casi a la entrada del reparto Ballina, entre la Carretera Central y el camino de Palomino, algo más allá de la bajada del puente de San Lázaro sobre el río Tínima, al oeste de la ciudad.
Construida de ladrillos y tejas sobre un humedal ni sé cuantos años pudo tener ni cómo los resistió entre los herbazales de una hondonada en el terreno donde apenas caía una llovizna todo se llenaba de agua. Entonces teníamos que subir a las mesas y pupitres para estar a salvo.


De las goteras, ni se diga. Media hora después de la escampada seguía lloviendo dentro.
Por supuesto que para nosotros aquello era una fiesta y muy a gusto nos la pasábamos saltando de una mesa a otra o jugando a los barquitos de papel y descontinuando una buena cantidad de libretas a lo largo del curso.
Alguna vez algún político, tal vez un concejal o un sargento de barrio, para congraciarse con la comunidad hizo una campaña para dotar a la escuela de una letrina sanitaria y erradicar el cajón de madera que teníamos como excusado.
Llegó pues el día de la nueva letrina con dos bancos, una tapa y manual de instrucción que mucho nos leyeron para aprender a utilizar aquella maravilla de la técnica sanitaria. Lo primero fue, bien me acuerdo, levantar la tapa antes de hacer caca y lo segundo, no subirse en el banco.
En el acto cívico se dio las gracias al político, a la presencia de los padres invitados y a la prensa que tiró un par de fotos. Hubo poesías de Martí y el discurso del nuevo prócer arremetiendo contra los oxiuros de nuestros fondillos, producto, dijo, de andar descalzos y metidos en los zanjones. También se libro un concurso para saber qué niño escribía mejor contra los parásitos nuestros de cada día. Aplaudimos y después nos fuimos corriendo a coger un pan con guayaba que nos habían preparado como merienda especial en el cobertizo del fondo.
A los tres meses, bien me acuerdo, llegó una cuadrilla de obras públicas y se llevó a otra escuela el banco apenas estrenado. Tal vez para repetir el mismo acto patriótico con banderitas de colores, pero dejándonos otra vez con la antigua letrina a cielo abierto.
En otra oportunidad el Gobierno inventó para sus bolsillos lo del desayuno escolar según el presupuesto del Ministerio de Educación, Dicho y echo. Llegó un saco de gofio y una caja de latas de leche condensada que una buena negra conserje que teníamos y mal vivía se dedicó a preparar día por día en un gran caldero colocado sobre una hoguera en medio del patio. Alguna vez también se acabó el gofio, la leche y el presupuesto, y por tanto el desayuno escolar. Como se acabaron las libretas y los lápices, los zapatos y se deshojaron los libros. Al igual que se deshojaron los años. Muchos años. Hasta que fue lo que entonces no era y se soñaba.
No hace tanto pasé por donde estuvo la escuela. Aparte de ya no estar, nadie recordaba que allí existiera una escuela. En el sitio del hondón hoy se levanta un taller de equipos hidráulicos rodeado de viviendas y vida. Alguien me dijo que dos cuadras mas arriba había un nuevo centro escolar.
Entonces allí en la calle, por donde debió haber estado la 26, aparecieron aquellas otras imágenes. Los pupitres carcomidos. Mis amigos de juegos. La tenaz maestra de siempre en todos nuestros grados y todos nuestros años. La maestra vieja con los pies metidos en el agua. Tan desesperada por sobrevivir como nosotros. La maestra correteando tras los políticos por una pizarra. Por una caja de tizas. Por un puñado de libretas….Recuerdo como una sombra a aquella maestra a quien debieron meses de trabajo bajo la amenaza eterna de cesantía al primer cambio de viento político.

Entonces la lleve al centro escolar próximo. La quise imaginar en el asombro de aulas iluminadas con otros soles. Imaginé lo que allí seria capaz de decirnos en días como hoy. Pero mi maestra de la escuelita 26 no pudo conocer el presente. Murió con el dolor infinito de una miseria que parecía eterna. No conoció, ni imaginó, este presente que a muchos parece tan natural. Para algunos como un regalo surgido de la nada. Pero aquí esta la historia. Nada sale de la nada ni nadie debe olvidar. Nadie tiene derecho a olvidar/ Hoy menos que nunca.

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