Debió
navegar 17 422 kilómetros a través de 20 países para tratar de
probar que la mayoría de los primeros pobladores cubanos llegaron
procedentes de la cuenca de Suramérica en sucesivas migraciones.
Aquella fabulosa expedición en canoa del Amazonas al Caribe
realizada en 1987 por un equipo de científicos encabezados por el Dr
Antonio Núñez Jiménez fue un importante paso en el estudio del
poblamiento de Las Antillas y una acción concreta en la unidad
latino - americana caribeña.
De
las anotaciones de los cronistas del siglo XV ya se sabía que los
pueblos de la región hablaban lenguas aruacas, aunque algunas
comunidades preagroalfareras, el más complejo de los grupos de
nuestro archipiélago, era asimilado al momento de la conquista por
los ceramistas o se habían extinguido.
Es
necesario apuntar que los interpretes de Colón trataron de
comunicarse con ellos, pero a diferencia de lo acontecido en los
contactos con los pobladores de otras regiones de la isla, no
pudieron hacerlo ya que su comunidad cultural y lingüística eras
diferente respecto de los restantes aborígenes cubanos. Hasta ahora
los arqueólogos coinciden en asignar únicamente origen aruaco a los
ceramistas que desde Suramérica penetraron en las Antillas. De ahí
que el origen de los guanahatabeyes pudiera encontrarse en
Centroamérica, concretamente entre Belice y Yucatán, o desde el sur
de la Florida.
La
etapa precolombina (6000 a.n.e.-1500 de n.e.) se caracterizó por
corrientes migratorias que poblaron el archipiélago cubano desde la
vecina isla de Haití, por lo que a la llegada de los europeos, a
finales del siglo XV, la mayor densidad de población indocubana se
hallaba en el centro y oriente del país ocupado por comunidades
agricultoras y ceramistas, identificadas en las crónicas españolas
con el nombre de taínos con diversos niveles de desarrollo aunque
todos procedentes de un solo tronco cultural.
En
la región central se encontraban importantes comunidades aborigenes,
entre estas Caonao, Guáimaro y Camagüey, así como otros pequeños
asentamientos como Cascorro, Banao, Bainoa, Magarabomba y Caracamisa
Indican algunos investigadores que el nombre de Camagüey puede tener
su origen una la zona de abundantes árboles de Camagüa o de
Camagüira, dos especies forestales de madera dura utilizado en
construcciones de viviendas y muebles y avecindadas en áreas
lacustres. A lo anterior se añade que el prefijo Cam,
significa lugar donde hay o lugar abundante en, entonces
Camagüebay debe señalar un lugar donde existían estas plantas y
era habitado, denominándose entonces Camagüey por encontrarse
árboles de Camagüas o Camagüiras.
En
Camagüey, como en otras regiones del país, el contacto entre
colonizadores e indocubanos generó un proceso de transculturación e
intercambio idiomático del que surgió fortalecida la lengua
española y que fue la que prevaleció en nuestro archipiélago.
En
realidad el aporte de la lengua aborígen al español actualmente
hablado en Cuba no es tan importante por la cantidad de vocablos como
por la trascendencia de los mismos, ya que hacen alusión a objetos,
fenómenos y conceptos propios del entorno cultural y geográfico
cubano cosa que ningún vocablo de origen hispánico pudo sustituír.
En
un principio, la comunicación entre los españoles y los nativos
debió realizarse mediante el lenguaje gestual, pero al convertirse
en cotidiano estos contactos en las primeras villas construidas, los
españoles, al tratar de describir con su lengua la realidad objetiva
del para ellos nuevo mundo circundante, se vieron en la obligación
de utilizar diferentes medios para satisfacer esta necesidad de la
comunicación en suelo cubano. Por ello, recurrieron a la
denominación asociativa, al utilizar palabras de su propia lengua
para nombrar aquellas cosas que por su semejanza les recordaban las
de su país. Así, llamaron
“lagarto”
a lo que nuestros aborígenes llamaban caimán o “piña” a la
yayama.
Por
eso no debe sorprendernos que el primer cronista en llamar la
atención sobre lo fácil que era aprenderse de memoria los vocablos
antillanos fuese Pedro Mártir de Anglería, (1457 – 1526) quien en
sus famosas Décadas de orbe novo (1516) explicó lo
siguiente: “Colón mandó darse a la vela para volver a España,
trayendo consigo diez hombres de aquellos [lucayos], por los cuales
se vio que se podía escribir sin dificultad la lengua de todas
aquellas islas con nuestras letras latinas. Pues al cielo llaman
turei, a la casa boa, al oro cauni, al hombre de bien tayno y todos
los demás vocablos los pronuncian no menos claramente que nosotros
nuestros legítimos”.
En
líneas generales, podemos aseverar que hoy se utilizan en el habla
cubana unos 180 aruaquismos insulares relacionados con la flora tales
como ácana, ají, yuca, anón , bejuco,
bija, caimito y caguaso
Los
nombres indígenas relacionados con la fauna son unos 103. A modo de
ejemplo, mencionamos los siguiente : baiajaca, jutía,
biajaiba, majá y bibijagua
Los
vocablos relacionados con la cultura material indoantillana son más
escasos, unos 46, de los que mencionamos: bajareque
(construcción sumamente sencilla, hecha de hojas de palma), barbacoa
(vivienda lacustre, burén (plato de barro cocido que
sirve para elaborar el casabe) y casabe (pan hecho de la
harina de la yuca, cocida sobre el burén), chicha (bebida
alcohólica hecha de yuca, maíz y boniato),
También
heredamos varios nombres relacionados con el entorno: cayo,
huracán, manigua, casimba, sabana y
seboruco.
De
la cultura espiritual indocubana solamente se han conservado tres
vocablos, areíto (así llamaban a los cantos y bailes, en los
que se recordaban hechos de la vida de la aldea), cemí (nombre
de las representaciones de las deidades), y jigüe (deidad
fluvial), De la organización tribal se conocen cacique
(jefe), behíque (sacerdote y curandero), y nitaíno
(nombre de una casta dentro de la organización gentilicio-tribal
antillana).
Por
sus características de ser comunidad emplazada tierra adentro en los
humedales que formaron los ríos Tínima y Hatibonico, los
camagüeyanos originales utilizaban fonemas muy rítmicos como itabo,
corojo, cayaya, urabo, mayanabo, tibisial, güira, maraguan, jimirú,
guao, guamo, catibía, guaney, guano, catibo y cutajaya para designar
por sus caracterícas determinados paisajes geográficos con
independencia a los que eran comunes a la lengua taina y de uso en
esa cultura.
Por
tanto, no es de sorprender que cuando los españoles comenzaron a
colonizar las tierras continentales llevaran consigo los
conocimientos aprehendidos en la convivencia con los aborígenes de
las Antillas Mayores y sus voces, Como muchos de los soldados y
colonos asentados en Santa María del Puerto del Príncipe se
incorporaron a esas campañas, las voces arahuacas aprendidas aquí
las trasladaron y no hubo rincón al que no llegaran los términos
taínos que contribuyó, además del español, a formar el caudal
idiomático del Caribe contemporáneo. El inca Garcilaso de la Vega
(1501 – 1536) se quejaba de que en su obra La Florida del Inca
tenía que utilizar voces antillanas en lugar de “algunos
vocablos de mi lengua”, para que le entendieran lo que quería
expresar.
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