martes, 14 de enero de 2014

Vida, pasión y muerte de María Cristina.



Hace dos años que enterraron a María Cristina y aun debe estar revolviéndose en su tumba.
María Cristina siempre fue muy apegada a sus cosas. Desde chiquita formaba perretas cuando algun otro niño quería compartir sus muñecas y pelotas. No por gusto su juguete favorito era el yo – yo. Lo mio es mio, se decía y tanto fue así de egoísta que no prestaba ni la atención con tal de no prestar nada, por eso la costumbre de vivir para sí le hizo cada vez más incapaz de vivir para el prójimo. 


Sus padres la sufrían y sobrellevaban pero a la vez atizaban su ego tratando de complacerle con lo mejor que podían darle aunque ella nunca estuvo conforme con nada. Ellos le justificaban señalando que lo bueno de esa forma de ser era que hablando siempre de ella no le daba tiempo de hablar de los demás.

De todas formas se las compuso para imaginar que lo suyo siempre fue lo mejor. Sus carteras, sus perfumes, sus zapatos. Sus opiniones, su trabajo, sus amistades .... .. Cuanto tenía era lo realmente importante, por esa vía llegó a la conclusión de que en verdad no es que fuera egoísta, sino que los egoístas eran quienes no hablaban de ella. 
 
A causa de ese sentimiento de superioridad el trato cotidiano frente a los demás se revertía en desconsideración con la siempre presunción de méritos que solo existían en su imaginación y ni siquiera se detenía a pensar que la soberbia y el egoísmo son caminos rectos hacia la soledad y el desamor. Ella no estaba para eso, pero a la larga ese fue el premio que le dio la vida.

 Por supuesto que con tal actitud tenia necesariamente que desfasar de una sociedad como la nuestra, siempre empeñada en desplegar banderas de solidaridad y por ello a la vuelta de la vida, cuando creyó afectada su jactancia se las dio a sentirse inconforme con nuestra sociedad, con el gobierno, con la igualdad, con la libreta de abastecimiento y con la madre de los tomates. Que de eso ni le hablaran que ya tenia bastante con eso de tener que compartir de igual con todo el mundo. 
 
Para colmo en el CDR ni reuniones, ajiacos colectivos o jornadas de limpieza y mucho menos que le mencionaran eso de hacer guardia en su cuadra. Que cada cual compóntelascomopuedas, decía. Con los vecinos de afuera afuera, y en su centro de trabajo la pedanterías la hizo indeseable, pues aparte de estar siempre lista para autopronerse a méritos y estímulos obreros que ella misma estimaba merecer, era de las que decía que era capaz de admitir sus errores, si de verdad tuviera alguno.

En realidad no engañaba a nadie; todo el mundo conocía la envidia y el veneno que era capaz de verter sin importar los resultados arrimando siempre la sardina a su ascua
Llegó incluso al colmo de que en su centro de labor se abstenía de hacer sugerencias inteligentes no fuera a ser que la eligieran para realizarlas y tener así que ayudar a los demás.

Cuando finalmente María Cristina tuvo hijos por supuesto que imaginó que eran los mejores niños del mundo, en la casa, la calle y la escuela. No había medias tintas. Los educó como tiene que ser. A todo trapo. A su imagen y semejanza. Copia al carbón. Mientras, su esposo, que la había sufrido y padecido hasta entonces en silencio, un día la dejó por otra que en la cama entre una cosa y la otra no se dedicaba a hablarle de ella misma. Por su parte María Cristina se desquitó diciendo que su exmarido era un frustrado incapaz de llegar a la altura de ella, quien debió soportar como una heroína las guanajerías.

 A la larga el futuro con sus hijos era el previsto. Riñas y enemistades familiares. Desavenencias en un hogar cargado de envidias y celos donde cada cual se creía mejor que el otro y donde cada uno tiraba para sí. Donde lo de uno no era de los otros y apenas si se vivía en colectivo, además, ni siquiera se ocupó en enseñarles la paz y las modestias de la convivencia. ¿Con qué ejemplo?. Así que aparte de egoístas creó una perfecta pandilla de vanidosos. Gente casasola y por demás desvinculada de la realidad que reconoce solo un derecho, el suyo. 
 
Andando los años un día María Cristina se murió más de pena que de años y por supuesto la familia dispuso su entierro. 
 
Los problemas surgieron a la hora de vestir a la difunta.
Comenzó el tira y hala.Vamos a ponerle esta blusa que tanto le gustaba. ¿Tu estas loca, con los encajes que tiene?. Entonces el vestido azul. !Ha no, con ese me quedo yo! y también con las faldas y los pantalones. Pués entonces para mi son los zapatos de tacón. !Que ni se les ocurra envolverla en una sábana que para eso ya son mias!. ¿Ustedes saben que los juegos de manteles y servilletas son para mi?, no sea que se les ocurra a ustedes otra cosa.
Fue tal el reperpero que a la postre una de las hijas encontró la solución. Vamos a ver si por la cuadra alguien nos quiere regalar alguna ropita de medio palo. En definitiva eso no es de nosotros. 
 
Finalmente a María Cristina la enterraron vestida con un viejo uniforme de milicia con boina y todo, que algún buen vecino les regaló.

Por eso dije que aun debe estar revolviéndose en su tumba.






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