Es
bien temprano en la mañana. La niebla acurruca todavía la sabana,
el pasto está mojado y hay un poco de frío. El sol no sale aún
pero ya nosotros vamos descontando kilómetros de la carretera que va
rumbo al municipio de Najasa.
El
reloj no marca las 6:30 am y comenzamos a observar a ambos lados de
la carretera pioneros de Primaria y Secundaria Básica que salen de
sus casas sin que amanezca para poder llegar lo más temprano posible
hasta sus respectivas escuelas, las que pueden estar hasta más de 20
kilómetros de distancia.
Me
inquieta pensar en el peligro que corren esos muchachos. Varios se
hacen acompañar de familiares o vecinos, otros se custodian ellos
mismo y algunos andan simplemente solos.
Durante
el trasiego comento a Guari, sobrenombre del chofer que nos traslada,
mis intensiones de abordar en un trabajo periodístico las
dificultades que tienen con el transporte los niños que viven en
zonas rurales, y la insensibilidad que reina en algunas personas que
andan tras el volante e ignoran a los pequeños que recorren la vía.
El
“chofe”, que casi tosas las semanas va varias veces hasta ese
territorio, me cuenta: “Yo les paro cuando tengo capacidad, siempre
que puedo escaparme del “amarillo””.
Al
pasarles por el lado a algunos adolescentes y fijarme que el carro no
se detiene, le digo: “no tenga pena, recójalos”. Él me dice que
no, que más adelante, pues hay algunos pequeños que van lejísimo.
“Esos son mis clientes”, jaranea.
Cuenta
que se halla mucha gente que no les paran. Los camioneros
particulares, por ejemplo, que son casi la única vía de transporte
público, a veces pasan de largo, otras no; llevan a los de primaria
sin cobrarles, pero a los de secundaria les recogen un peso.
Afirma
mi interlocutor que los ómnibus que trasladan a los profesores, los
llamados escolares, les pasan por el lado y ni siquiera los montan
aunque sean de pié. “Eso debería ser una regulación, que el
transporte estatal no debe dejar a los niños botados en el camino”.
Mientras
habla hago mis notas y pienso. A veces la mejor normativa es la que
dicta la conciencia, la solidaridad y el humanismo.
El
terraplén parece interminable. Pasamos junto a la entrada de un
caminito que va directo a unas casitas de madera cobijadas con guano.
“Mira, en esa entrada me esperan a veces dos niños, pero hace días
que ya no los veo. Parece que los están llevando a clases o los
internaron. Uno de ellos es muy simpático, cada vez que se monta me
da la mano y me pregunta por la familia”, refirió el conductor.
“Este
panorama uno se lo encuentra en toda la provincia. Para cualquier
lugar que se vaya temprano se les encuentra en el camino. Influye en
eso las escuelitas de menos de cinco alumnos que se cerraron, el
problema con el transporte y la familia. En este último caso pasa
que los padres no quieren becar a los hijos y le cambian la dirección
para la casa de un pariente que vive en la ciudad, entonces el
muchacho tiene que viajar largas distancias”, ahondó.
A
lo lejos vemos un grupito de seis o siete escolares que agitan las
manitos. Son unos “botelleros” experimentados, reflexiono. Son
los muchachos de los que Guari me hablaba. Ellos conocen el carro y
sonríen. Yo me doy cuenta que voy ocupando una capacidad que
necesitan, pero de todas formas se acomodan en el asiento de atrás
en una pilita, literalmente.
Richar
Daniel Machado, es el más pequeño, cursa el tercer grado, Ronal
Alexis Tejeda y Brayan Vaillant, están en 4to, mientras que Luis
Manuel Hernández ya está en 6to.
Son
todos amigos, me lo hacen saber. Viven en “La Base” y estudian a
cuatro kilómetros en el seminternado Conrado Benítez. Para ir y
volver a su escuela cogen lo que aparece, a veces han tenido que
caminar, pero van de todas formas, “aunque llueva”, me dice uno.
Los
cuatro quieren ser médicos. La vocación solo la hereda Ronal pues
su mamá viste bata blanca, el resto de los progenitores trabajan en
la ganadería, la agricultura, el magisterio, la vocación religiosa
y en los propios hogares.
El
tramo se fue muy rápido con la animada conversación. Los dejamos
frente a la Conrado. Eduardo Enrique Yordis Pérez, Guari, el chofer
del carro de la presidenta provincial de la Organización de Pioneros
José Martí, me dice “¿quién sabe si esos pequeños le salven la
vida a uno de los conductores que hoy los ignoran en el camino? ¿A
los choferes o a uno de su familia, nadie sabe?”.
Concuerdo
con cada una de sus palabras. Esos muchachos salen cada día a
caminar por su futuro y por el nuestro también.
Por:
Yurislenia Pardo Ortega
Foto:
Otilio Rivero Delgado
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