Al
amanecer recibo una llamada telefónica. Mi hermano, también
periodista, desde Ciego de Avila me da la noticia. Salto de la cama y
voy al televisor. Medio oscuro aun comienzo a llamar al periódico.
Me
asomo a la calle pero mi ciudad amaneció como de costumbre. Por la
esquina pasa un grupo de estudiantes revoloteando como gorriones en
ruta hacia alguna parte y en la acera de enfrenta mi vecina, como
siempre, lanza un cubo de agua a la acera y con paciencia cotidiana
comienza barrer el frente de su vivienda. Pedaleando su bicicleta el
panadero cruza anunciando su mercancía con aroma de harina horneada.
De
pie frente al televisor y junto con el café veo las ultimas
informaciones, tomo mi carpeta y salgo a la calle.
A
la puerta de la panadería un grupo de personas organizan una pequeña
cola para adquirir el pan. Hablan de la frialdad mañanera en este
despunte de invierno y de las recaídas del equipo de pelota
Camagüey. Hoy sábado la parada de ómnibus esta medio vacía, la
gente conversa y se aprestan al borde de la acera ante la proximidad
de la guagua que en ese momento está llegando. La farmacia a esta
hora desierta solo alberga tras el mostrador a las dependientas que
conversan en paz. Allá, en el edificio de República y San Esteban
los constructores se disponen a iniciar su jornada para dar, parece,
los últimos toques al gran edificio que les ha ocupado por meses.
Por
las calles la gente va y viene. Avanza la mañana y se anima el
entorno. Pero algo sucede. Desde que he salido a caminar no he dejado
de escuchar en las viviendas antes las que cruzo la radio o el
televisor conectado y la voz de los locutores repitiendo la misma
información.
Por
las calles esta misma la gente que va y viene no lo dice. Todos lo
saben. Hay caras largas y un murmullo que no es un silencio en las
conversaciones. Comienza a lloviznar sostenido y aprieto el paso para
llegar a la redacción. En el portal de la cafetería alguien le da
la noticia a otro; “!Se nos jodió el Comandante!”. Y el negro
gordo que está a su lado asiente convencido;“!Pero seguimos en
combate!”. Arriba, en la cúpula de la Santa Cecilia, la bandera a
media asta no me sorprende aunque nunca había copiado esa imagen.
No
es que se nos haya detenido el tiempo o que el archipiélago se haya
hundido, pienso, es que hay un dolor distinto y un sentimiento
reforzado por un ejemplo que se respeta. La muerte siempre sorprende.
Aunque la esperes, Aunque la calcules, Aunque la imagines. El
tránsito de una a otra dimensión, por natural que sea, asombra.
La
sociedad humana se ha hecho, parece, a saltos de garrocha, pero bajo
el tumulto hay un río continuo que empuja pedazos de épocas y
escenas. El cubano de hoy, que no será el de mañana, tampoco es el
de ayer. Se ha levantado sobre un patrimonio de hombres y mujeres de
todas las razas que dieron forma a lo mejor de nuestra naturaleza
espiritual, y que por humilde que sea siempre lleva la impronta de
ese legado que marca el preciso momento en que le toca vivir.
Miro
en torno. La gente vive un día diferente. Todos lo sabemos. ¿Cuántos
días diferentes hemos vivido, cuántas alegrías, angustias
imprevistos, dificultades, esperanzas y éxitos?. Muchos y muchos mas
nos faltan. La vida, como ese flujo invisible, no se detiene. Mañana
seremos mejores que hoy. El legado siempre ha estado en nuestras
manos. Hoy lo sabemos. Convencidos los buenos de espíritus y los de
mentes dispuestas que el Comandante en Jefe se multiplica. .
Mientras,
hoy llovizna en gris sobre la ciudad. En breve volverá a salir el
sol.
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